Artículo originalmente publicado en Todosadentro del 09-12-06
Ocultar la alegría es casi tan difícil como ocultar la tos. ¿Y para qué hacerlo?, me preguntarán algunos. Bueno, aguantar la tos puede ser cosa de vida o muerte, al menos para quien se ve envuelto en la clásica escena del amante a punto de ser sorprendido que se oculta bajo la cama para salvarse de la ira del marido cornudo.
¿Y lo de camuflar la alegría? Preguntémosle a cualquier revolucionario que se gane la vida trabajando en una empresa escuálida y nos dará todos los trucos para parecer triste y enfadado cuando uno está reventándose de la felicidad.
En los últimos días mucha gente ha tenido que aguantar las ganas y no precisamente las de toser. Y es que en este mundo al revés que hemos ido edificando, los ganadores deben hacer todos los esfuerzos posibles para parecer perdedores. Los amargados no pueden permitir que la alegría los haga deslucir.
La experiencia es más o menos así: durante la campaña electoral uno tiene que calarse las impertinencias de cierta gente que te amenaza con diversas modalidades de revancha; tipos que cantan en los estadios “y va a caer, este gobierno va a caer…”; sujetos que te mandan correos electrónicos explicándote cómo te van a pasar las facturas pendientes; individuos que parafrasean aquel deplorable “ustedes se van a tener que comer las alfombras” y así por el estilo.
Luego, cuando el presidente Chávez les gana -¡y de qué manera!-, tú no puedes ni siquiera esbozar una sonrisa porque ofendes la delicada dignidad de estos personajes, hieres sus sensibles espíritus democráticos.
Mi experiencia personal no es de las más traumáticas, pero ilustra. Mi trabajo es un nido de escuálidos. Los hay inteligentes, los hay descerebrados; los hay por convicción y los hay por conveniencia, pero en su gran mayoría son rabiosamente escuálidos. De más está decir que el lunes eran una patética procesión de viudas y huérfanos inconsolables, una pavosa caterva de plañideras que parecían recién salidas de una película de Libertad Lamarque.
Ese día, quien osara reír o, incluso, hablar en voz alta era visto feo y pasaba a ser la comidilla de las conversaciones histéricas. “Me vas a perdonar, pero andar por ahí pelando el diente después de lo que pasó, es una falta de consideración”, me dijo una compañera con un rictus en la nariz que me hizo recordar a la señora de Grado 33.
Yo digo que salirle a la gente con un titular como el de Los Papeles de Mandinga, “¡Recojan su gallo muerto!” es algo exagerado. Pero, ¡carrizo!, si hemos ganado en buena lid, por amplio margen y sin lugar a ninguna duda tenemos derecho a expresar nuestra euforia sin remordimientos.
Tenemos que liberarnos de las manipulaciones psicológicas que pretenden hacernos sentir mal porque triunfamos.
Así que, como dijo el filósofo Lavoe, “vamos a reír u poco, vamos a reírnos del simiñoco”, Y el que tenga tos, que tome jarabe de jengibre.
José Pilar Torres torrepilar@hotmail.com