(Artículo originalmente publicado en Todosadentro del 09-09-06)
La última estrategia comunicacional de los cerebros opositores es repetir mañana, tarde y noche que los recelos, miedos y ascos que el antichavismo silvestre siente por las máquinas captahuellas, son culpa del Gobierno o, mejor dicho, del “rrrrrégimen”.
Sería hasta gracioso si no fuera algo tan perverso. Hasta hace nada andaban por ahí diciendo que las captahuellas eran artilugios para el fraude y la persecución política y ahora aseguran que esas máquinas no representan amenaza alguna y que su mala fama es una maniobra de los revolucionarios para desalentar a las legiones de votantes que tiene Manuel Rosales.
Estos dirigentes (“bacalaos”, les llama Alberto Nolia) se pasaron casi todo el 2005 diciendo que una de sus condiciones sine qua non para participar en las elecciones parlamentarias era que el Consejo Nacional Electoral retirara las captahuellas, pues estaba demostrado científicamente que éstas servían para determinar por quién había votado cada elector.
El CNE los complació y sin embargo se retiraron, pero esa es harina de otro costal. A lo que voy en este caso es a destacar que casi toda la escuadrilla de líderes, periodistas y analistas opositores sostenía la tesis de que las captahuellas eran peligrosísimas, y lo hacían con la convicción del fanático que defiende un dogma de fe.
Ahora, sin ningún rubor, sostienen todo lo contrario y juran que los votantes le agarraron miedo a las maquinitas de marras por culpa del malvado Chávez.
Hasta los líderes moderados, como el presunto ex ministro de Educación Leonardo Carvajal, se han sumado a este juego de rematrizar la matriz de opinión, diciendo que no hay que creer esos mitos inventados por el Gobierno sobre las captahuellas.
Unos días antes del referendo presidencial, Carvajal había expresado su opinión en un artículo titulado Al pan, pan, publicado en El Universal (martes 3 de agosto de 2004, para quien no me crea). Decía que la Coordinadora Democrática debía concentrarse en exigir la eliminación de “las nefastas máquinas cazahuellas” y exponía numerosas razones para negarse a utilizarlas.
Es que, definitivamente, esta gente es yo-no-fui compulsiva. Ya sabíamos que no les gusta hacerse responsables de sus obras (“yo sólo firmé una lista de asistencia”); ni de sus omisiones (¿se acuerdan del festival de Tom y Jerry?). Ahora comprobamos que tampoco se hacen responsables de sus pensamientos, ni de sus palabras, ni de sus matrices.
José Pilar Torrestorrepilar@hotmail.com
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