(Artículo publicado originalmente en Todosadentro del 04-11-06)
Leo en la prensa que la banca ha comenzado a buscar clientes en cerros y zanjones. Parece que los banqueros han detectado que hay allí algún dinerito de sobra y -fieles a la esencia de su negocio, que muy bien describió Bertolt Brecht- están buscando la manera de robárselo.
La publicidad que nos atosiga en esta etapa preelectoral y prenavideña no deja lugar a dudas sobre las intenciones que tienen los bancos de expropiar a los trabajadores de sus excedentes económicos ahora que, por primera vez en tantos años, muchos pobres tienen con qué darse un lujo.
Las instituciones financieras ofrecen créditos para que la gente bote los reales, que le rinda culto al dios del consumo, que se compre toda clase de objetos, es decir, para que en lugar del ahorro, de la sana previsión familiar y de la inversión productiva, opte por el camino de llenar su casa de cachivaches.
Mientras el presidente Chávez se emociona hablando de los avances hacia Socialismo del siglo XXI, los ejecutivos de la banca se las ingenian para sacarle el jugo al capitalismo salvaje que ha traído consigo la actual ola de prosperidad. Una lacerante paradoja, pues tal ola es derivada, como bien se sabe, de una acertada conducción de la economía que ha sorteado miles de acechanzas de la derecha reaccionaria.
Mientras la banca estatal tiene instrucciones expresas de otorgar créditos con bajos intereses a las cooperativas, los microempresarios y trabajadores individuales con la finalidad de impulsar el desarrollo endógeno, la banca privada monta el festín de Baltasar procurando convencer a los ciudadanos de los sectores populares de que gasten el dinero que supuestamente les sobra en bienes superfluos y para que se den un nivel de vida que nada tiene que ver con su realidad ni con sus necesidades concretas.
El auge del consumismo ha sido hasta ahora un argumento a favor del Gobierno, una prueba de que no hay planes contra la propiedad privada ni contra la libertad de las personas para hacer lo que quieran con su dinero. Eso está bien, pero hay que tener cuidado de que el síntoma favorable no termine convertido en un fetiche, en el emblema cínico de una Revolución que lucha contra el neoliberalismo.
Pienso que corresponde a los líderes del proceso, comenzando por el propio Presidente, y a todos los que están trabajando en la organización popular, enfrentar esta formidable amenaza que se cierne sobre el proyecto de cambio. A menos que estemos de acuerdo en que la utopía de "la mayor suma de felicidad posible" es algo que podemos alcanzar comprando todo lo que nos ofrezcan y diciendo, con una sonrisa bobalicona, "ta’ barato, dame dos".
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