(Artículo originalmente publicado en Todosadentro, sábado 26 de noviembre de 2005)
El presidente Chávez dice que en la integración latinoamericana, se ha de hablar de un antes y un después de Mar del Plata. Yo digo que cuando se escriba de la política internacional de la V República habrá que hablar de un antes y un después del episodio del sábado, cuando el Presidente, emulando a Jorge Negrete, cantó su Serenata Tapatía.
Me desempeño en un ambiente en el que predominan los opositores y puedo asegurarles que hacía tiempo que no los veía tan desconcertados. No era para menos. Cuando Chávez apareció en aquella tarima, con aquel sombrero de charro, con aquel mariachi, frente a aquella multitud, hasta quienes lo odian –yo lo sé- secretamente lo admiraron, cosa que hasta ahora, en materia de mexicanadas, sólo lograba Juan Gabriel.
Algunos alcanzaron a articular palabra para sugerir que cantara Payaso, esa pieza que no se sabe quien interpretó mejor, si Javier Solís o Daniel Santos. Pero la fuerza de la actuación diplomático-ranchera de Chávez fue tan avasallante que ni el más mezquino pudo restarle méritos. A lo mero macho que se la devoró.
“Tengo que reconocer que dio en la diana –me dijo Juan Roberto, autodenominado escuálido-. La música mexicana nos gusta a todos. ¿Quién no ha terminado alguna vez rascado en el cumpleaños propio o ajeno, cantando Las Mañanitas?”
El desconcierto de los adversarios del Presidente es comprensible. Cuando Hugo Chávez comienza a entonar México lindo y querido, no está sólo haciendo un original esfuerzo para superar un impasse diplomático sino también está demostrando quién lleva la voz cantante en el patio latinoamericano.
La imagen del mandatario venezolano adquiere una dimensión cinematográfica: legendario y épico como Pedro Armendáriz, pero con un toque de humor y sin miedo al ridículo, como Cantinflas, Tintán o Resortes.
Es natural que estén desconcertados. Frente a semejante derroche de artes escénicas, ¿con qué puede responder la oposición? ¿Con Julio Borges entonando Cucurrucucú paloma, para justificar sus relaciones con el PAN? ¿Antonio Ledezma interpretando Ay Jalisco, no te rajes, para invocar el 350? ¿Ramos Allup explicando por qué Adelita se fue con otro? ¿Teodoro disertando sobre las dos formas latinoamericanas de entender la poética de José Alfredo Jiménez: la troglodita de las rancheras y la moderna de Maná?
Queda claro, pues, quién es -y quien va a seguir siendo- El Rey.
Me desempeño en un ambiente en el que predominan los opositores y puedo asegurarles que hacía tiempo que no los veía tan desconcertados. No era para menos. Cuando Chávez apareció en aquella tarima, con aquel sombrero de charro, con aquel mariachi, frente a aquella multitud, hasta quienes lo odian –yo lo sé- secretamente lo admiraron, cosa que hasta ahora, en materia de mexicanadas, sólo lograba Juan Gabriel.
Algunos alcanzaron a articular palabra para sugerir que cantara Payaso, esa pieza que no se sabe quien interpretó mejor, si Javier Solís o Daniel Santos. Pero la fuerza de la actuación diplomático-ranchera de Chávez fue tan avasallante que ni el más mezquino pudo restarle méritos. A lo mero macho que se la devoró.
“Tengo que reconocer que dio en la diana –me dijo Juan Roberto, autodenominado escuálido-. La música mexicana nos gusta a todos. ¿Quién no ha terminado alguna vez rascado en el cumpleaños propio o ajeno, cantando Las Mañanitas?”
El desconcierto de los adversarios del Presidente es comprensible. Cuando Hugo Chávez comienza a entonar México lindo y querido, no está sólo haciendo un original esfuerzo para superar un impasse diplomático sino también está demostrando quién lleva la voz cantante en el patio latinoamericano.
La imagen del mandatario venezolano adquiere una dimensión cinematográfica: legendario y épico como Pedro Armendáriz, pero con un toque de humor y sin miedo al ridículo, como Cantinflas, Tintán o Resortes.
Es natural que estén desconcertados. Frente a semejante derroche de artes escénicas, ¿con qué puede responder la oposición? ¿Con Julio Borges entonando Cucurrucucú paloma, para justificar sus relaciones con el PAN? ¿Antonio Ledezma interpretando Ay Jalisco, no te rajes, para invocar el 350? ¿Ramos Allup explicando por qué Adelita se fue con otro? ¿Teodoro disertando sobre las dos formas latinoamericanas de entender la poética de José Alfredo Jiménez: la troglodita de las rancheras y la moderna de Maná?
Queda claro, pues, quién es -y quien va a seguir siendo- El Rey.
José Pilar Torres torrepilar@hotmail.com
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