Por estar en boga el Libre Comercio, específicamente el ALCA, he querido traer a ustedes el pensamiento que tenía Sucre sobre este tema
Sucre, fuera de la presidencia de Bolivia, en su hogar en Quito, el 28 de noviembre de 1828 piensa como un economista, y en correspondencia que le escribe al Libertador le dice:
“Será inútil hablar aquí de los arreglos de Hacienda U. sabe que las bellas teorías nos han perdido, y todo Colombia está persuadida de esta verdad por lo que ha sucedido en Venezuela. Indicaré toda vez, que si no se prohíbe absolutamente en todo el Sur la introducción de artículos manufacturados ordinarios de lana y algodón hasta la harina de trigo, estas provincias se arruinaran.”
Y el 12 de julio de 1829, le escribe a su amigo Daniel Florencio O’Leary: “Si sigue aumentando las alcabalas (los impuestos) a las telas que se fabrican en Bolivia incitará el contrabando.”
Luego le añadió:
“Una cosa es modificar los impuestos gravosos y las leyes coloniales y otra es la de dar protección a las introducciones (importaciones) extranjeras contra los intereses del país. Yo querría señor don Daniel, ser economista para decir a U. todo esto muy lindamente; pero la hago como chacarero que soy ahora y amigo del gobierno para que no se engañen con teorías, que al fin causarán una guerra civil; y digo chacarero para que no crean que hablo por interés propio, pues no tengo ni hay en casa el menor establecimiento de paños ni de ninguna otra manufactura de las que deben prohibirse.” [1]
Como hemos visto en párrafos de las cartas del 28 de noviembre de 1828 y en la del 12 de julio de 1829, Sucre estaba contra la teoría del Libre Comercio, se oponía a ella, era proteccionista, pensaba que se debía proteger a todas las industrias de Sur de América, cerrando totalmente las importaciones textiles de lana y algodón, como también las importaciones de harina de trigo, porque de lo contrario sería la ruina para las provincias de esa región.[2]
Apunta el historiador Jorge Núñez en su Historia del Ecuador del siglo XIX[3] que “Bolívar se había esforzado en moralizar la administración pública y reorientar la política fiscal. Convencido cada vez más por los fraudes que cometían varios comerciantes, decretó la reorganización de las aduanas de la república, con el fin de aumentar los ingresos fiscales; por este mismo decreto estableció una revisión anual de los aranceles que permitiera reajustarlos prontamente. Para el arranque del nuevo sistema, acrecentó el arancel de importaciones y, adicionalmente fijo un “derecho de entrada” para ciertas mercancías de lujo o que competían con la industria nacional (telas y tejidos, sombreros, aceites jabones, manufacturas de cuero, muebles, aguardiente y licores, carnes saladas, y ahumadas, pescado seco, harina, sal, pólvora, cebo, etc.) y un impuesto adicional del 5% para la mercancía transportada en barcos extranjeros. Cosa interesante el nuevo arancel liberó de todo derecho a la importación de instrumentos científicos, material didáctico, instrumentos para mejorar la agricultura, la navegación o las manufacturas domésticas de lana o de algodón, plantas y semillas, mapas, libros, e imprentas. En cuanto a los derechos de exportación se fijó en 10% para toda materia prima, excepto café, quina, algodón, arroz, maíz, y menestras;[4] en un obvio estimulo a la industria y artesanía nacional se liberó de derechos a la exportación de cualquier producto manufacturado en el país”.
Fue aquí cuando intervino el Mariscal Antonio José de Sucre, quien era partidario de una política proteccionista más fuerte, el cierre total de las importaciones debido a la crítica situación económica que atravesaba el departamento del Ecuador.
Sucre, fuera de la presidencia de Bolivia, en su hogar en Quito, el 28 de noviembre de 1828 piensa como un economista, y en correspondencia que le escribe al Libertador le dice:
“Será inútil hablar aquí de los arreglos de Hacienda U. sabe que las bellas teorías nos han perdido, y todo Colombia está persuadida de esta verdad por lo que ha sucedido en Venezuela. Indicaré toda vez, que si no se prohíbe absolutamente en todo el Sur la introducción de artículos manufacturados ordinarios de lana y algodón hasta la harina de trigo, estas provincias se arruinaran.”
Y el 12 de julio de 1829, le escribe a su amigo Daniel Florencio O’Leary: “Si sigue aumentando las alcabalas (los impuestos) a las telas que se fabrican en Bolivia incitará el contrabando.”
Luego le añadió:
“Una cosa es modificar los impuestos gravosos y las leyes coloniales y otra es la de dar protección a las introducciones (importaciones) extranjeras contra los intereses del país. Yo querría señor don Daniel, ser economista para decir a U. todo esto muy lindamente; pero la hago como chacarero que soy ahora y amigo del gobierno para que no se engañen con teorías, que al fin causarán una guerra civil; y digo chacarero para que no crean que hablo por interés propio, pues no tengo ni hay en casa el menor establecimiento de paños ni de ninguna otra manufactura de las que deben prohibirse.” [1]
Como hemos visto en párrafos de las cartas del 28 de noviembre de 1828 y en la del 12 de julio de 1829, Sucre estaba contra la teoría del Libre Comercio, se oponía a ella, era proteccionista, pensaba que se debía proteger a todas las industrias de Sur de América, cerrando totalmente las importaciones textiles de lana y algodón, como también las importaciones de harina de trigo, porque de lo contrario sería la ruina para las provincias de esa región.[2]
Apunta el historiador Jorge Núñez en su Historia del Ecuador del siglo XIX[3] que “Bolívar se había esforzado en moralizar la administración pública y reorientar la política fiscal. Convencido cada vez más por los fraudes que cometían varios comerciantes, decretó la reorganización de las aduanas de la república, con el fin de aumentar los ingresos fiscales; por este mismo decreto estableció una revisión anual de los aranceles que permitiera reajustarlos prontamente. Para el arranque del nuevo sistema, acrecentó el arancel de importaciones y, adicionalmente fijo un “derecho de entrada” para ciertas mercancías de lujo o que competían con la industria nacional (telas y tejidos, sombreros, aceites jabones, manufacturas de cuero, muebles, aguardiente y licores, carnes saladas, y ahumadas, pescado seco, harina, sal, pólvora, cebo, etc.) y un impuesto adicional del 5% para la mercancía transportada en barcos extranjeros. Cosa interesante el nuevo arancel liberó de todo derecho a la importación de instrumentos científicos, material didáctico, instrumentos para mejorar la agricultura, la navegación o las manufacturas domésticas de lana o de algodón, plantas y semillas, mapas, libros, e imprentas. En cuanto a los derechos de exportación se fijó en 10% para toda materia prima, excepto café, quina, algodón, arroz, maíz, y menestras;[4] en un obvio estimulo a la industria y artesanía nacional se liberó de derechos a la exportación de cualquier producto manufacturado en el país”.
Fue aquí cuando intervino el Mariscal Antonio José de Sucre, quien era partidario de una política proteccionista más fuerte, el cierre total de las importaciones debido a la crítica situación económica que atravesaba el departamento del Ecuador.
Gil Ricardo Salamé Ruiz
[1] Archivo de Sucre, obr.cit. Tomo XIV Págs. 221 a 222
[2] Archivo de Sucre, obr cit. Tomo XIV Pág., 157
[3] Historia del Ecuador del Siglo XIX, Jorge Núñez. Documento encontrado en página web en el buscador Google.
[4] Ración de legumbres secas, guisadas o cocidas que se le suministran a las tropas.
[2] Archivo de Sucre, obr cit. Tomo XIV Pág., 157
[3] Historia del Ecuador del Siglo XIX, Jorge Núñez. Documento encontrado en página web en el buscador Google.
[4] Ración de legumbres secas, guisadas o cocidas que se le suministran a las tropas.
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