Testimonios de los pacientes que viajan desde Venezuela para recuperar la vista en Cuba
Por: Pascual Serrano
Fecha de publicación: Martes, 07/02/06 09:00am
Imprevistos de agenda provocaron que tuviera que adelantar un viaje en avión desde Caracas a La Habana para asistir a la Feria Internacional del Libro. Inicialmente planificado para el día 5 de febrero, los organizadores de la Feria se vieron en la obligación de conseguir alguna forma de trasladarme tres días antes. No existían vuelos comerciales y la única posibilidad fue colocarme en un avión de los que diariamente utilizan ambos países para trasladar enfermos oftalmológicos de Venezuela a Cuba con objeto de ser allí intervenidos quirúrgicamente. Denominada Misión Milagro, la posibilidad de “empotrarme” casualmente en uno de estos aviones me permitiría lograr ser testigo privilegiado de ese gran proyecto que, si bien ambos gobiernos intentan difundir y explicar, es absolutamente silenciado fuera de esos países.
La Misión Milagro surge en el marco de los acuerdos entre Caracas y La Habana. Tras crear la llamada misión Barrio Adentro, por la cual varios miles de médicos cubanos trabajan en las zonas más humildes de Venezuela, en su mayoría barriadas de precarias viviendas en las que viven gentes que carecían de los servicios públicos más elementales. En esos barrios adentro, la mayoría de los médicos venezolanos, procedentes de las clases acomodadas con posibilidad de estudiar, no querían ir a trabajar. El papel de los profesionales cubanos ha sido fundamental para poder llevar una asistencia inexistente hasta ahora.
Allí pudieron detectar enfermedades oftalmológicas de sencilla curación que mantenían en muchos casos en la ceguera a miles de venezolanos. Un puente aéreo entre Cuba y Venezuela para intervenciones quirúrgicas podía resolver muchas de esas enfermedades gracias al importante desarrollo de la sanidad cubana. El acuerdo contemplaba la gratuidad de todo el proceso para los enfermos.
Me subo a un Boeing 757 con capacidad para 185 personas alquilado por Cubana de Aviación a la empresa islandesa Icelandair. Ese mismo día 2 de febrero había llegado de La Habana con 63 pacientes ya operados, y una cifra algo mayor de médicos cubanos que volvían de pasar sus vacaciones en casa en la Isla. Una vez en Caracas, el avión dejaría parte de los pacientes operados y recogería un grupo con destino a La Habana. Desde allí haría escala en la ciudad venezolana de Barcelona, apenas a media hora de vuelo, donde dejaría a algunos pacientes que volvían de La Habana pero que vivían en esa región y volvería a recoger otro grupo de esa parte del país con destino a la capital de Cuba. Todas las plazas se completarían. Durante todo el viaje, una médico y un enfermero acompañaban a los pacientes y les atienden en cualquier necesidad.
Entre los enfermos procedentes de Cuba con los que comparto el trayecto Caracas-Barcelona, se encontraba Benedicta Zambrano, una anciana de 76 años que apenas con un sencillo camisón se encontraba haciendo un viaje internacional en avión acompañada de su hija Isabel. “Yo soy humilde y pobre, estaba muy mala de los ojos, de cataratas, además de los dos ojos, no podía ver”, me cuenta. Tras pasar dieciocho días en La Habana se le ha operado de ambos y vuelve con la vista recuperada. Benedicta me explica que vive en una sencilla casa alquilada en Caracas y cobra una pensión de 402.000 bolívares, unos 120 euros. “En los hospitales públicos me dijeron que no me podían operar y en los privados el precio era de ocho millones de bolívares (3.600 euros)”, afirma la anciana. Es evidente que no podía asumir el precio de una intervención que costaba veinte mensualidades de su pensión. Fue entonces cuando su hija solicitó que se le incluyera en la Misión Milagro. Una semana después estaba viajando a La Habana.
Otro de los pacientes intervenidos, ya de vuelta a su casa, es Albert, de tan sólo cinco años, a quien le han operado de una catarata congénita en el ojo izquierdo y que deberá volver de nuevo dentro de tres meses para ser intervenido del otro. Va acompañado de su madre, Raquel Betancourt, son de Barcelona y nunca habían viajado en avión. “En Cuba, todo chévere”, dice Raquel. “¿Usted se imagina cuánto me hubiera costado esto?, mi hijo se hubiera quedado ciego”, añade. Esta madre trabaja de ama de casa, y su marido hace lo que le sale, “unas veces de seguridad, otras de trabajo de fontanería”. Albert fue incluido en la Misión Milagro tras un operativo oftalmológico en su barrio, donde recomendaron la operación quirúrgica y le gestionaron la documentación necesaria.
Todos los pacientes coinciden en que todo el procedimiento es totalmente gratuito. Desde los traslados con un familiar, hasta los alojamientos de ambos y toda la atención sanitaria y farmacéutica. Jorge Luis Pérez es el licenciado en Enfermería que les atiende en el viaje. El equipo suele ser de un médico y un enfermero por vuelo, si bien en viajes con muchos pacientes pueden ser dos y dos. “Casi todas las patologías son cataratas y terigio (carnosidad que va creciendo sobre la córnea) –afirma Jorge Luis-, y también es necesario que se sepa que todos venimos de forma voluntaria y gratuita, en nuestros días de libranza”. Efectivamente, Jorge Luis trabaja en el servicio de emergencias de La Habana, hoy tenía el día libre y se incorporó como asistente en este vuelo. “El ministerio de Salud propone a algunas profesionales y después éstos deciden si aceptan la propuesta o no. No sucede nada si no se hace, a mí algunas veces me han sugerido viajar en fechas que no podía por razones personales y he dicho que no”, afirma. Preguntado qué le mueve a hacer esto, afirma que “en primer lugar porque es un trabajo y una profesión que me gusta, segundo porque me permite conocer gentes y otro país y en tercero, he de reconocerlo, porque las dietas en divisas que nos pagan por salir al extranjero son una ayuda”. Nos explica que los viajes son diarios y que en diciembre él llegó a hacer aproximadamente unos diez.
La médica se llama Ana Iris Álvarez, y se ha incorporado como voluntaria hace tan solo dos meses. Trabaja habitualmente en el hospital Hermanos Amejeidas de La Habana. Afirma que su experiencia es “muy buena por tratarse de ayudar a otras personas que jamás han tenido la oportunidad de la salud, que sufren enfermedades crónicas, maltratadas y que nunca en su vida han podido ver”. “Algunas –añade-, han conocido a sus nietos ahora, me emocionó el caso de un hombre que me dijo que iba a ver a su esposa después de cuarenta años, se casó con ella sin verla”. Les pregunto a ambos, médico y enfermero, qué puede mover a los profesionales a dedicarse a esto después de su horario laboral y ambos responden casi al unísono: “Sólo el amor al prójimo explica esto, nunca puede ser el dinero. Uno ve a estos niños sin vista y no puede evitar acordarse de sus hijos”. Sin hacerles yo la mínima referencia al sistema socialista cubano, ellos aclaran: “En Cuba tenemos garantizada la salud y ver esto nos emociona. La salud nunca puede ser un negocio”.
En el avión charlo también con Marcos López, de 64 años, que tiene cataratas desde hace dos años. Afirma que en Venezuela no se ha podido operar porque no tenía los cinco millones de bolívares (3.000 euros) que le costaba la intervención. Pidió información en la consulta de los médicos cubanos en Venezuela en la Misión Barrio Adentro y en veinticinco días le gestionaron la documentación necesaria para subirse al avión en dirección a Cuba.
El caso de Yosisi Jacqueline, de la localidad de Anaco, en el rico estado petrolero de Anzoátegui, me impresionó. Tiene quince años y nunca ha podido ver la luz por unas cataratas congénitas en ambos ojos. Su madre, María Rosa, no puede contener la emoción sólo de pensar que dentro de pocos días su hija verá por primera vez en la vida.
Un paseo por el avión permite observar un ambiente muy diferente al habitual en cualquier vuelo internacional. Gente humilde, campesinos que no se despegan su tradicional sombrero, mujeres con sus sencillas ropas y su pañuelo al cuello, ancianos, algunos en silla de ruedas o ayudados por un bastón o algún familiar. Pocas veces uno puede viajar con tanto “pueblo” en avión. Aquí no hay corbatas, ni maletines ni teléfonos móviles, tampoco bolsas de compra de comercios de aeropuertos. En este viaje sólo se ve pueblo que nunca salió de su provincia ni viajó en avión. Nunca nadie se interesó por sus problemas de salud, menos aún fletarles un avión para devolverles la vista. Muchos tienen serias dificultades para desenvolverse por la falta de visión, emociona ver como todo el personal de Cubana de Aviación les atiende mimosamente. Llegamos a La Habana a las diez de la noche, una legión de trabajadores sociales voluntarios, con una docena de ambulancias, esperan al pie del avión. En Cuba serán intervenidos en el Hospital Oftalmológico Pando Ferrer o en el Hermanos Almejeiras, también en Santiago de Cuba. Sólo de pensar que esas personas que se mueven a tientas volverán en un par de semanas a Venezuela viendo, puedo comprender la denominación de este programa: Misión Milagro. Un programa de cooperación iniciado por Cuba que ya se desarrolla en 24 países de Latinoamérica y el Caribe. En apenas año y medio se han operado alrededor de 210 000 personas de forma gratuita. Todos ellos han entendido lo que es una verdadera revolución, la revolución bolivariana de Venezuela y la revolución cubana.
Y mientras eso se silencia en los grandes medios de comunicación, diarios como el español El País dedica en su revista semanal del 4 de septiembre, cuatro páginas a color con nueve fotos también a color al caso de un niña de Ghana -insisto, una-, que será llevada a España para ser operada de cataratas gracias a la ayuda de una fundación integrada por 900 ópticas. Por entonces Cuba acumulaba más de 70.000 venezolanos operados totalmente gratis de cataratas, estrabismo, cifra que se doblaría al finalizar el pasado año.
La Misión Milagro surge en el marco de los acuerdos entre Caracas y La Habana. Tras crear la llamada misión Barrio Adentro, por la cual varios miles de médicos cubanos trabajan en las zonas más humildes de Venezuela, en su mayoría barriadas de precarias viviendas en las que viven gentes que carecían de los servicios públicos más elementales. En esos barrios adentro, la mayoría de los médicos venezolanos, procedentes de las clases acomodadas con posibilidad de estudiar, no querían ir a trabajar. El papel de los profesionales cubanos ha sido fundamental para poder llevar una asistencia inexistente hasta ahora.
Allí pudieron detectar enfermedades oftalmológicas de sencilla curación que mantenían en muchos casos en la ceguera a miles de venezolanos. Un puente aéreo entre Cuba y Venezuela para intervenciones quirúrgicas podía resolver muchas de esas enfermedades gracias al importante desarrollo de la sanidad cubana. El acuerdo contemplaba la gratuidad de todo el proceso para los enfermos.
Me subo a un Boeing 757 con capacidad para 185 personas alquilado por Cubana de Aviación a la empresa islandesa Icelandair. Ese mismo día 2 de febrero había llegado de La Habana con 63 pacientes ya operados, y una cifra algo mayor de médicos cubanos que volvían de pasar sus vacaciones en casa en la Isla. Una vez en Caracas, el avión dejaría parte de los pacientes operados y recogería un grupo con destino a La Habana. Desde allí haría escala en la ciudad venezolana de Barcelona, apenas a media hora de vuelo, donde dejaría a algunos pacientes que volvían de La Habana pero que vivían en esa región y volvería a recoger otro grupo de esa parte del país con destino a la capital de Cuba. Todas las plazas se completarían. Durante todo el viaje, una médico y un enfermero acompañaban a los pacientes y les atienden en cualquier necesidad.
Entre los enfermos procedentes de Cuba con los que comparto el trayecto Caracas-Barcelona, se encontraba Benedicta Zambrano, una anciana de 76 años que apenas con un sencillo camisón se encontraba haciendo un viaje internacional en avión acompañada de su hija Isabel. “Yo soy humilde y pobre, estaba muy mala de los ojos, de cataratas, además de los dos ojos, no podía ver”, me cuenta. Tras pasar dieciocho días en La Habana se le ha operado de ambos y vuelve con la vista recuperada. Benedicta me explica que vive en una sencilla casa alquilada en Caracas y cobra una pensión de 402.000 bolívares, unos 120 euros. “En los hospitales públicos me dijeron que no me podían operar y en los privados el precio era de ocho millones de bolívares (3.600 euros)”, afirma la anciana. Es evidente que no podía asumir el precio de una intervención que costaba veinte mensualidades de su pensión. Fue entonces cuando su hija solicitó que se le incluyera en la Misión Milagro. Una semana después estaba viajando a La Habana.
Otro de los pacientes intervenidos, ya de vuelta a su casa, es Albert, de tan sólo cinco años, a quien le han operado de una catarata congénita en el ojo izquierdo y que deberá volver de nuevo dentro de tres meses para ser intervenido del otro. Va acompañado de su madre, Raquel Betancourt, son de Barcelona y nunca habían viajado en avión. “En Cuba, todo chévere”, dice Raquel. “¿Usted se imagina cuánto me hubiera costado esto?, mi hijo se hubiera quedado ciego”, añade. Esta madre trabaja de ama de casa, y su marido hace lo que le sale, “unas veces de seguridad, otras de trabajo de fontanería”. Albert fue incluido en la Misión Milagro tras un operativo oftalmológico en su barrio, donde recomendaron la operación quirúrgica y le gestionaron la documentación necesaria.
Todos los pacientes coinciden en que todo el procedimiento es totalmente gratuito. Desde los traslados con un familiar, hasta los alojamientos de ambos y toda la atención sanitaria y farmacéutica. Jorge Luis Pérez es el licenciado en Enfermería que les atiende en el viaje. El equipo suele ser de un médico y un enfermero por vuelo, si bien en viajes con muchos pacientes pueden ser dos y dos. “Casi todas las patologías son cataratas y terigio (carnosidad que va creciendo sobre la córnea) –afirma Jorge Luis-, y también es necesario que se sepa que todos venimos de forma voluntaria y gratuita, en nuestros días de libranza”. Efectivamente, Jorge Luis trabaja en el servicio de emergencias de La Habana, hoy tenía el día libre y se incorporó como asistente en este vuelo. “El ministerio de Salud propone a algunas profesionales y después éstos deciden si aceptan la propuesta o no. No sucede nada si no se hace, a mí algunas veces me han sugerido viajar en fechas que no podía por razones personales y he dicho que no”, afirma. Preguntado qué le mueve a hacer esto, afirma que “en primer lugar porque es un trabajo y una profesión que me gusta, segundo porque me permite conocer gentes y otro país y en tercero, he de reconocerlo, porque las dietas en divisas que nos pagan por salir al extranjero son una ayuda”. Nos explica que los viajes son diarios y que en diciembre él llegó a hacer aproximadamente unos diez.
La médica se llama Ana Iris Álvarez, y se ha incorporado como voluntaria hace tan solo dos meses. Trabaja habitualmente en el hospital Hermanos Amejeidas de La Habana. Afirma que su experiencia es “muy buena por tratarse de ayudar a otras personas que jamás han tenido la oportunidad de la salud, que sufren enfermedades crónicas, maltratadas y que nunca en su vida han podido ver”. “Algunas –añade-, han conocido a sus nietos ahora, me emocionó el caso de un hombre que me dijo que iba a ver a su esposa después de cuarenta años, se casó con ella sin verla”. Les pregunto a ambos, médico y enfermero, qué puede mover a los profesionales a dedicarse a esto después de su horario laboral y ambos responden casi al unísono: “Sólo el amor al prójimo explica esto, nunca puede ser el dinero. Uno ve a estos niños sin vista y no puede evitar acordarse de sus hijos”. Sin hacerles yo la mínima referencia al sistema socialista cubano, ellos aclaran: “En Cuba tenemos garantizada la salud y ver esto nos emociona. La salud nunca puede ser un negocio”.
En el avión charlo también con Marcos López, de 64 años, que tiene cataratas desde hace dos años. Afirma que en Venezuela no se ha podido operar porque no tenía los cinco millones de bolívares (3.000 euros) que le costaba la intervención. Pidió información en la consulta de los médicos cubanos en Venezuela en la Misión Barrio Adentro y en veinticinco días le gestionaron la documentación necesaria para subirse al avión en dirección a Cuba.
El caso de Yosisi Jacqueline, de la localidad de Anaco, en el rico estado petrolero de Anzoátegui, me impresionó. Tiene quince años y nunca ha podido ver la luz por unas cataratas congénitas en ambos ojos. Su madre, María Rosa, no puede contener la emoción sólo de pensar que dentro de pocos días su hija verá por primera vez en la vida.
Un paseo por el avión permite observar un ambiente muy diferente al habitual en cualquier vuelo internacional. Gente humilde, campesinos que no se despegan su tradicional sombrero, mujeres con sus sencillas ropas y su pañuelo al cuello, ancianos, algunos en silla de ruedas o ayudados por un bastón o algún familiar. Pocas veces uno puede viajar con tanto “pueblo” en avión. Aquí no hay corbatas, ni maletines ni teléfonos móviles, tampoco bolsas de compra de comercios de aeropuertos. En este viaje sólo se ve pueblo que nunca salió de su provincia ni viajó en avión. Nunca nadie se interesó por sus problemas de salud, menos aún fletarles un avión para devolverles la vista. Muchos tienen serias dificultades para desenvolverse por la falta de visión, emociona ver como todo el personal de Cubana de Aviación les atiende mimosamente. Llegamos a La Habana a las diez de la noche, una legión de trabajadores sociales voluntarios, con una docena de ambulancias, esperan al pie del avión. En Cuba serán intervenidos en el Hospital Oftalmológico Pando Ferrer o en el Hermanos Almejeiras, también en Santiago de Cuba. Sólo de pensar que esas personas que se mueven a tientas volverán en un par de semanas a Venezuela viendo, puedo comprender la denominación de este programa: Misión Milagro. Un programa de cooperación iniciado por Cuba que ya se desarrolla en 24 países de Latinoamérica y el Caribe. En apenas año y medio se han operado alrededor de 210 000 personas de forma gratuita. Todos ellos han entendido lo que es una verdadera revolución, la revolución bolivariana de Venezuela y la revolución cubana.
Y mientras eso se silencia en los grandes medios de comunicación, diarios como el español El País dedica en su revista semanal del 4 de septiembre, cuatro páginas a color con nueve fotos también a color al caso de un niña de Ghana -insisto, una-, que será llevada a España para ser operada de cataratas gracias a la ayuda de una fundación integrada por 900 ópticas. Por entonces Cuba acumulaba más de 70.000 venezolanos operados totalmente gratis de cataratas, estrabismo, cifra que se doblaría al finalizar el pasado año.
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