(Artículo publicado originalmente en Todosadentro, sábado 18 de febrero de 2006)
He escuchado que unos diputados revolucionarios están bravos porque les van a revocar la visa de Estados Unidos. Parece que participaron en una manifestación contra el embajador William Brownfield, en Margarita, y un subalterno del excelentísimo señor quiere que den explicaciones. Si éstas no resultan satisfactorias, olvídense de Disneyworld, señores parlamentarios.
Me parece que quienes denunciaron este asunto pecan de ingenuos o tal vez no se han dado cuenta de que la pelea es peleando. Todavía no han comprendido que si realmente vamos rumbo al socialismo tendremos que renunciar a muchas cosas que hasta ahora, en nuestras pequeño-burguesas vidas, nos han parecido deseables, imprescindibles, merecedoras de cualquier esfuerzo.
Sin duda no está mal denunciar la actitud de esta superpotencia, autoerigida en ejemplo de la democracia impoluta, pero que no tolera manifestaciones en contra de su representante diplomático. La denuncia ayuda a desenmascarar a estos farsantes. Pero lo que yo creo que deberían hacer estos diputados es una de dos cosas muy chavistas: mandar a Brownfield y a sus subalternos al cipote; o recomendarles que se laven ese paltó.
Si vemos el asunto en perspectiva, el gesto de la embajada es una malcriadez típica de los gringos. Ellos saben que mucha gente en el mundo tiene como su gran objetivo ir a EEUU. La industria cultural gobernada por ellos mismos propone que esto es la máxima meta posible. Por eso erigen un muro entre su vecino pobre, México, y el gran sueño americano. Por eso tratan de quebrar la moral de los revolucionarios venezolanos con el chantaje de las visas.
En lo personal he confesado mi pasión por el béisbol norteamericano y por los Yankees de Nueva York en particular. No niego que sería feliz si pudiera presenciar un juego contra los Medias Rojas en el Yankee Stadium. Tampoco oculto mi gusto por el jazz, los rascacielos y la conquista del espacio. Pero, bueno, ya me acostumbré a la idea de no ir nunca a ese país. Si a ver vamos, es un sacrificio menor que se debe hacer a cambio de la dignidad, que no es poca cosa.
En tiempos pasados, época de lucha armada y Guerra Fría, cualquiera que hubiese pasado alguna vez por la Digepol o el SIFA, aparte de su buena ración de pescozones y torturas, tenía asegurado un “No” rotundo a la hora de querer viajar a EEUU. Aquello llegó a ser una honrosa distinción, una condecoración de combate. Ahora, con más razón, debe volver a serlo. Yo que ustedes, diputados, pondría esa visa negada en una placa.
Me parece que quienes denunciaron este asunto pecan de ingenuos o tal vez no se han dado cuenta de que la pelea es peleando. Todavía no han comprendido que si realmente vamos rumbo al socialismo tendremos que renunciar a muchas cosas que hasta ahora, en nuestras pequeño-burguesas vidas, nos han parecido deseables, imprescindibles, merecedoras de cualquier esfuerzo.
Sin duda no está mal denunciar la actitud de esta superpotencia, autoerigida en ejemplo de la democracia impoluta, pero que no tolera manifestaciones en contra de su representante diplomático. La denuncia ayuda a desenmascarar a estos farsantes. Pero lo que yo creo que deberían hacer estos diputados es una de dos cosas muy chavistas: mandar a Brownfield y a sus subalternos al cipote; o recomendarles que se laven ese paltó.
Si vemos el asunto en perspectiva, el gesto de la embajada es una malcriadez típica de los gringos. Ellos saben que mucha gente en el mundo tiene como su gran objetivo ir a EEUU. La industria cultural gobernada por ellos mismos propone que esto es la máxima meta posible. Por eso erigen un muro entre su vecino pobre, México, y el gran sueño americano. Por eso tratan de quebrar la moral de los revolucionarios venezolanos con el chantaje de las visas.
En lo personal he confesado mi pasión por el béisbol norteamericano y por los Yankees de Nueva York en particular. No niego que sería feliz si pudiera presenciar un juego contra los Medias Rojas en el Yankee Stadium. Tampoco oculto mi gusto por el jazz, los rascacielos y la conquista del espacio. Pero, bueno, ya me acostumbré a la idea de no ir nunca a ese país. Si a ver vamos, es un sacrificio menor que se debe hacer a cambio de la dignidad, que no es poca cosa.
En tiempos pasados, época de lucha armada y Guerra Fría, cualquiera que hubiese pasado alguna vez por la Digepol o el SIFA, aparte de su buena ración de pescozones y torturas, tenía asegurado un “No” rotundo a la hora de querer viajar a EEUU. Aquello llegó a ser una honrosa distinción, una condecoración de combate. Ahora, con más razón, debe volver a serlo. Yo que ustedes, diputados, pondría esa visa negada en una placa.
José Pilar Torres torrepilar@hotmail.com
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