lunes, 18 de julio de 2005

LA BURRIQUITA EN EL COUNTRY

(Tomado del semanario Todos Adentro, sábado 16 de julio de 2005)
El domingo pasado se registró una epidemia sumamente rara: los pacientes fueron atendidos en clínicas privadas, no en hospitales públicos ni mucho menos en consultorios de Barrio Adentro; además, casi todos los afectados eran señores de altos kilates intelectuales, poetas, dramaturgos, pintores, curadores y críticos de arte.
Unos llegaron quejándose de taquicardias, otros de bajas o alzas de tensión arterial, otros de subidas de azúcar, pero en general, habían sufrido soponcios de rabia.
Cuando los médicos intentaban indagar las causas de aquellos males, encontraron que no era algo que hubiesen comido o bebido, sino más bien visto u oído. “¡Yo le he dicho que se olvide de Aló, Presidente, que eso le hace daño, pero no me hace caso, mientras más lo ve, más bravo se pone y mientras más bravo se pone, más lo ve!”, comentó, presa de gran angustia, la mamá de uno de los curadores.
El anuncio de la Misión Cultura fue demasiado para esa gente. Calcule usted mediante regla de tres simple: si han pedido la cárcel para Farruco Sesto por el delito de organizar una exposición demasiado populachera, qué castigo solicitarán ahora, cuando el ministro ha anunciado que habrá 28 mil gentes por ahí tratando de activar los poderes creadores del pueblo. Por la medida pequeña será el fusilamiento con extradición inmediata a la Quinta Paila.
Los espíritus sublimes fueron desplomándose uno a uno. Los primeros cayeron cuando el Presidente afirmó que la revolución cultural será ideológica. En medio de severas convulsiones, arrojaban espuma por la boca y repetían sin cesar: “¡Cubanización, cubanización!”.
Otros entraron en crisis a los pocos minutos, con las palabras de Farruco. Una de las víctimas, que sufrió parálisis facial, le comentó a los paramédicos de Rescarven que los 28 mil activadores eran agentes del G-2.
Una tercera oleada de beriberis se produjo cuando los activadores culturales dijeron que le estaban pidiendo a cada persona una autobiografía. “¡Eso es espionaje, quieren saber la vida y milagros de cada uno para someterlos!”, decían los enfermos en las camillas de emergencia.
Unos cuantos padecieron su patatús minutos u horas más tarde, pues se enteraron por terceras personas. Tal fue el caso de un aristocrático golfista que cayó de largo a largo sobre el green del hoyo 3 cuando su imprudente mayordomo le aseguró por celular: “Señor, que dijo Chávez que ahora aquí, en el Country Club, será obligatorio bailar La Burriquita”.
José Pilar Torres torrepilar@hotmail.com






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