La primera escena que armé en mi cochambrosa mente fue la de la simpatiquísima señora Colomina, ataviada con un chaleco de esos que tienen muchos bolsillos, con la leyenda “observador” en la espalda, exigiendo recontar por quinta vez los votos de una mesa en la que han ganado Jorge Rodríguez y Aristóbulo Istúriz. “¡Qué descaro, santo Dios, esto es un fraude monstruoso!”, berrea la dama mientras es entrevistada por otros 85 periodistas-observadores allí presentes y, por el periodista-observador Leopoldo Castillo, vía microondas, desde la sede del canal-observador Globovisión.
Con morbosidad me figuro las caras de los miembros de mesa y los funcionarios del CNE y del Plan República, al borde de la histeria –o del suicidio- después de tantos reconteos y, sobre todo, luego de haberse calado a semejante cacatúa desde las 6 de la mañana.
También en mis fantasías, he visto al editor-observador Miguel Henrique Otero, anunciando que con los testimonios de todos los muy neutrales veedores, acudirán a demandar al rrrégimen ante la OEA, la ONU y la Federación de Planetas de la Vía Láctea.
Suspendo mis lucubraciones para preguntarme, en serio, si este Echeverría es así de ingenuo o un cínico perdido. ¿Será que él realmente cree que los periodistas se han comportado en los últimos años de una manera tal que genere la confianza necesaria para que alguien sea designado supervisor de unas elecciones? ¿O será que se presta a una maniobra tan burda de su patrono-observador, Alberto Federico?
¿Será que este licenciado no le echa una mirada a los otros programas del canal de televisión donde él trabaja? Porque cualquiera que se haya expuesto aunque sea diez minutos a la radiactividad de -por sólo mencionar un caso- Nitu Pérez Osuna, debe estar convencido de que personas como esa dama no pueden ser calificadas nunca como “observadoras” de proceso político alguno en Venezuela, ni siquiera de la elección de una reina de fiesta patronal.
Le concedo el beneficio de cierta duda a Echeverría porque es uno de los pocos periodistas opositores que hace algún esfuerzo por darle a sus entrevistas alguna apariencia de objetividad. Pero, cuando hace estas jugadas, siento que es –como hubiese dicho el Musiú Lacavalerie- otro más de la familia. Es obvio que si el CNE aceptase su delirante propuesta, los disociados comunicadores sociales opositores no harían más que montar otro de sus deplorables show de telepolítica.
No creo que ninguno de los periodistas que han tenido alguna notoriedad en los medios en los últimos años, pueda ser considerado como un “observador”. Y conste que no me refiero sólo a los antichavistas que seguramente correrán en tropel a anotarse en las listas del CNE para que les den su credencial. Tampoco creo que ese papel les calce a un Alberto Nolia o una Tania Díaz. Siempre, uno de los dos bandos los considerará zamuros cuidando carne. Cuando los vean con esos chalecos de observadores, de un lado y otro dirán: Me extraña, porque te conocí sin mangas.
José Pilar Torres
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