A la digna memoria de Alfonso “Chico” Carrasquel
Todos tenemos una –o varias- debilidades pro gringas. La mía son los Yankees de Nueva York.
Yo sé que se trata de una de las expresiones más acabadas del hipercapitalismo; entiendo que ese equipo una típica muestra de la globalización desenfrenada; comprendo que es una prueba de la terrible mercantilización del deporte; acepto que la presencia universal de sus símbolos son evidencia palmaria de la transculturización; admito que su nómina es una manifestación grosera de la danza de los millones en un mundo donde tantos infelices mueren de hambre. Pero me gustan los Yankees, no puedo evitarlo.
Para justificar esa pata coja revolucionaria he apelado a dudosos expedientes: que si los Yankees (el equipo, claro) son patrimonio de la humanidad; que si, por más ricos que sean el dueño y los jugadores, su sede está en el Bronx, que es como si aquí los Leones del Caracas, pese a ser propiedad –en mala hora- de los Cisneros, tuvieran su estadio en Gato Negro.
¿Por qué les cuento esto? No, no es que me haya equivocado de página, ni que pretenda quitarle lectores a la pana Jimmy López, experimentadísimo periodista deportivo. Se los cuento porque el otro día vi a unos batequebraos ligando contra Chicago bajo el retorcido, extrabeisbolístico y antipatriótico argumento de que Oswaldo Guillén es chavista. En su afán de no darle ni agua al Presidente, estos supuestos aficionados al béisbol rezaron para que el primer manager venezolano en Grandes Ligas fracasara en su empeño de avanzar a la postemporada.
Experimenté tal acceso de furia ante semejante traición al béisbol y al país, que he resuelto pedir licencia de mi afición yanquista y -al menos por este año- poner alma, vida y corazón en darle apoyo a los Medias Blancas.
Cuando esta nota aparezca publicada, probablemente ya estén definidas muchas cosas en las Grandes Ligas. Pero quise dejar constancia de este testimonio de un proyanqui beisbolero porque sé que no soy el único que, puesto en esta encrucijada, ha optado por el compatriota. Ni soy el único capaz de renunciar a una de sus pocas debilidades gringas, en favor de la apoteosis de un meritorio venezolano que, para colmo de felicidad, es amigo del proceso.
Por este año, entonces, la consigna –tanto dentro como fuera del béisbol- es ¡Yankee, go home!
Todos tenemos una –o varias- debilidades pro gringas. La mía son los Yankees de Nueva York.
Yo sé que se trata de una de las expresiones más acabadas del hipercapitalismo; entiendo que ese equipo una típica muestra de la globalización desenfrenada; comprendo que es una prueba de la terrible mercantilización del deporte; acepto que la presencia universal de sus símbolos son evidencia palmaria de la transculturización; admito que su nómina es una manifestación grosera de la danza de los millones en un mundo donde tantos infelices mueren de hambre. Pero me gustan los Yankees, no puedo evitarlo.
Para justificar esa pata coja revolucionaria he apelado a dudosos expedientes: que si los Yankees (el equipo, claro) son patrimonio de la humanidad; que si, por más ricos que sean el dueño y los jugadores, su sede está en el Bronx, que es como si aquí los Leones del Caracas, pese a ser propiedad –en mala hora- de los Cisneros, tuvieran su estadio en Gato Negro.
¿Por qué les cuento esto? No, no es que me haya equivocado de página, ni que pretenda quitarle lectores a la pana Jimmy López, experimentadísimo periodista deportivo. Se los cuento porque el otro día vi a unos batequebraos ligando contra Chicago bajo el retorcido, extrabeisbolístico y antipatriótico argumento de que Oswaldo Guillén es chavista. En su afán de no darle ni agua al Presidente, estos supuestos aficionados al béisbol rezaron para que el primer manager venezolano en Grandes Ligas fracasara en su empeño de avanzar a la postemporada.
Experimenté tal acceso de furia ante semejante traición al béisbol y al país, que he resuelto pedir licencia de mi afición yanquista y -al menos por este año- poner alma, vida y corazón en darle apoyo a los Medias Blancas.
Cuando esta nota aparezca publicada, probablemente ya estén definidas muchas cosas en las Grandes Ligas. Pero quise dejar constancia de este testimonio de un proyanqui beisbolero porque sé que no soy el único que, puesto en esta encrucijada, ha optado por el compatriota. Ni soy el único capaz de renunciar a una de sus pocas debilidades gringas, en favor de la apoteosis de un meritorio venezolano que, para colmo de felicidad, es amigo del proceso.
Por este año, entonces, la consigna –tanto dentro como fuera del béisbol- es ¡Yankee, go home!
(Publicado originalmente en Todosadentro, sábado 08-10-05)
José Pilar Torres
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