(Publicado originalmente en Todosadentro, sábado 29 de octubre de 2005)
No entiendo a los inconformes que acusan a la Iglesia de seguir en la Edad Media. Es verdad que se empeña en el celibato, no permite mujeres sacerdotisas, ni matrimonios homosexuales, pero sí ha habido avances. Por ejemplo, en otra época mandaban a las brujas a la hoguera. La Inquisición era implacable y por cualquier sospecha de nigromancia te cocinaban como carne en vara. En cambio, en esta entrada del siglo XXI, hasta los mismos príncipes católicos pueden andar por ahí de ganchos con conocidas hechiceras y empatarse en una de Halloween, sin riesgo alguno de enfadar al Santo Oficio.
En verdad os digo que si estuviésemos en el medioevo, para abrirle un expediente a monseñor Rosalio Cardenal Castillo ante un tribunal de la fe bastaría con tomar nota de los individuos con quienes se junta: demonios mayores y menores; íncubos y súcubos; fariseos de toda laya, iscariotes y truhanes, forman el séquito del purpurado rebelde. Nadie que ande en semejante aquelarre puede tener pura el alma, por mucho que antes haya sido panita burda de San Juan Pablo II, el que ascendió al cielo en cuerpo y alma, emulando a Remedios La Bella.
En su defensa, el cardenal podría alegar que está tratando de salvar a la sarta de mefistófeles mediáticos y zombies políticos. Pero un fiscal avisado demostraría que todo prueba lo contrario: Su Eminencia parece que se dedica a atizar las bajas pasiones de esa comparsa diablesca.
La espeluznante feligresía del “Cardenal 350” es un cortejo de almas en pena que requieren una palabra orientadora. Pero lo que obtienen de él son unos sermones sulfúricos que del Evangelio apenas toman los versículos más sombríos del Apocalipsis ¡Vade retro! Al día siguiente de esas misas negras (disculpen los negros, pero así las llaman), con la fuerza perniciosa que le insuflan las arengas, aquella gente sale a colgar esqueletos en los puentes o a dejar en sitios públicos auyamas de noche de brujas, rellenas no de caramelos -como pasaba en La pequeña Lulú-, sino de mensajes de odio y muerte. Por sus hechos los conoceréis, dice la Biblia.
Pero -está dicho antes- hemos progresado mucho. Así que, pese a lo repudiables que son los frecuentes descensos de monseñor a los infiernos, debemos celebrar que la Iglesia ya no purifique sus ovejas descarriadas poniéndolas directamente a la brasa. Con todo, es mejor tener una oposición púrpura que invoca el tres cincuenta y no un purpurado asado en término de tres cuartos.