Tomado de Todosadentro, publicado el sábado 20 de agosto de 2005
Cada año, por esta época de agosto, debería rendirse un homenaje al General Embarazado, que sería una mezcla de parada militar con Día de la Madre, es decir, una fecha doblemente patria.
El acto bien podría realizarse en la explanada de la Academia Militar o –mejor todavía– en la plaza José de San Martín, que está enfrente de la Maternidad Concepción Palacios y reúne en un mismo espacio el heroísmo del libertador del Sur y el de las mujeres que paren sin anestesia epidural. Imagino ya a los hombres de charreteras y condecoraciones, marchando graciosamente, enfundados en sus trajes de faena, es decir, coquetas baticas maternas.
El desfile de los generales embarazados sería la manera más adecuada de conmemorar aquel 14 de agosto de 2002, cuando el Tribunal Supremo de Justicia dictaminó que el 11 de abril de ese mismo año no ocurrió un golpe de Estado, sino un festín de Baltasar, una orgía, una confusión tan grande que, en el trance, unos generales salieron preñados de buenas intenciones. La ocasión sería perfecta para jornadas de prevención del embarazo en los cuarteles, pues calcule usted que si en 2002 quedaron esperando bebé unos señores generales ya entrados en años –algunos incluso andropáusicos– ¿qué se puede esperar de la soldadesca, que está en edad de merecer?
Puede sonar ionesco el asunto, pero si prospera la idea, junto a los intrépidos guerreros en estado interesante deberían marchar los progenitores de la criatura. No, no me refiero a quienes hayan ido más allá de los buenos deseos y empreñado a los generales, sino a los magistrados que tomaron la decisión. Su presencia en el acto castrense-gestante sería una manera de reivindicar la paternidad responsable, pues ya basta de machos criollos que te ponen un muchacho y dejan el pelero.
También deberían marchar los políticos, empresarios, sindicalistas y directores de medios que les calentaron las orejas a aquellos oficiales, pintándoles pajaritos igualmente grávidos. Ellos jugaron un papel crucial para que varones gallardos hayan quedado, cual doncellas engañadas por un canalla, con una barriga y en la calle.
Me dirán los incrédulos que ya han pasado tres años de aquel milagro y que, por tanto, es imposible que los generales sigan encinta. El sentido común lleva a pensar que ya han parido y que los productos de aquella insólita preñez deben andar por ahí en un jardín de infancia. Claro, pero, ¿quién dijo que en este asunto había algo de sentido común?
Cada año, por esta época de agosto, debería rendirse un homenaje al General Embarazado, que sería una mezcla de parada militar con Día de la Madre, es decir, una fecha doblemente patria.
El acto bien podría realizarse en la explanada de la Academia Militar o –mejor todavía– en la plaza José de San Martín, que está enfrente de la Maternidad Concepción Palacios y reúne en un mismo espacio el heroísmo del libertador del Sur y el de las mujeres que paren sin anestesia epidural. Imagino ya a los hombres de charreteras y condecoraciones, marchando graciosamente, enfundados en sus trajes de faena, es decir, coquetas baticas maternas.
El desfile de los generales embarazados sería la manera más adecuada de conmemorar aquel 14 de agosto de 2002, cuando el Tribunal Supremo de Justicia dictaminó que el 11 de abril de ese mismo año no ocurrió un golpe de Estado, sino un festín de Baltasar, una orgía, una confusión tan grande que, en el trance, unos generales salieron preñados de buenas intenciones. La ocasión sería perfecta para jornadas de prevención del embarazo en los cuarteles, pues calcule usted que si en 2002 quedaron esperando bebé unos señores generales ya entrados en años –algunos incluso andropáusicos– ¿qué se puede esperar de la soldadesca, que está en edad de merecer?
Puede sonar ionesco el asunto, pero si prospera la idea, junto a los intrépidos guerreros en estado interesante deberían marchar los progenitores de la criatura. No, no me refiero a quienes hayan ido más allá de los buenos deseos y empreñado a los generales, sino a los magistrados que tomaron la decisión. Su presencia en el acto castrense-gestante sería una manera de reivindicar la paternidad responsable, pues ya basta de machos criollos que te ponen un muchacho y dejan el pelero.
También deberían marchar los políticos, empresarios, sindicalistas y directores de medios que les calentaron las orejas a aquellos oficiales, pintándoles pajaritos igualmente grávidos. Ellos jugaron un papel crucial para que varones gallardos hayan quedado, cual doncellas engañadas por un canalla, con una barriga y en la calle.
Me dirán los incrédulos que ya han pasado tres años de aquel milagro y que, por tanto, es imposible que los generales sigan encinta. El sentido común lleva a pensar que ya han parido y que los productos de aquella insólita preñez deben andar por ahí en un jardín de infancia. Claro, pero, ¿quién dijo que en este asunto había algo de sentido común?
José Pilar Torres torrepilar@hotmail.com
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