(Tomado de Todos Adentro, semanario del Consejo Nacional de la Cultura, edición del día sábado 9 de julio de 2005)
Propongo un lema para la gestión del alcalde de Sucre, José Vicente Rangel Ávalos: “La ciudad se derrumba y nosotros de rumba”.
Y que no me vengan a decir que salté la talanquera. Lo que sucede es que -igual que a muchos otros simpatizantes del proceso bolivariano- me da calentera ver como mientras se caen las casas de San Blas, y el municipio en general está sumido en un gran caos, el funcionario aparece a menudo en las páginas sociales nada menos que de El Nacional, al lado de su esposa, la diseñadora de modas Gabriela Chacón.
Cada quien es libre de llevar la vida que mejor le parezca. Pero los revolucionarios no sólo deben ser honestos y serios, sino también parecerlo.
Rangel no ha sido un gran alcalde. Si en octubre los vecinos no lo echaron a punta de votos fue más por lo malos que son -y lo divididos que iban- sus contendores que por sus propios méritos.
Eso no le ha impedido encabezar la lista de lo que parece ser un naciente jet set de la V República, el cual, por cierto, nada tiene que ver con el presidente Chávez, enemigo acérrimo de los alternes con la high society.
Este mozo ya no tan mozo parece que no sabe decirle no a su linda señora, quien se ha convertido en una celebridad bolivariana fashion. El alcalde no parece darse cuenta de que la prensa canalla usa sus veleidades sifrinas como bocado de cardenal para socavar la credibilidad no sólo de él –que sería lo de menos- sino también la de su padre, el vicepresidente ejecutivo de la República y, por extensión, de todos los revolucionarios.
Por esto último me siento con derecho a reclamarle en este tono. No se trata sólo de contraloría social. Cada vez que un funcionario incurre en uno de estos embelecos, paga el proceso y pagamos todos. A mí, por ejemplo, me llevó el periódico una amiga del otro bando. Con una sonrisita triunfal me dijo: “¡Mira cómo se divierte la boliburguesia, si hasta Osmel Souza les escribe las crónicas sociales!”. Y mientras yo leía aquella página entera llena de fotografías, se dio el lujo de zaherirme: “¡Si por lo menos te invitaran, Torres, dejarías de beber cerveza con esa pila ‘e pendejos del barrio, igual de chavistas que tú!”.
A la pana escuálida le defraudó un poco que yo no haya abogado por el alcalde. “¡Que lo defienda su papi!”, le dije y me vine casi corriendo a escribir este artículo.
Propongo un lema para la gestión del alcalde de Sucre, José Vicente Rangel Ávalos: “La ciudad se derrumba y nosotros de rumba”.
Y que no me vengan a decir que salté la talanquera. Lo que sucede es que -igual que a muchos otros simpatizantes del proceso bolivariano- me da calentera ver como mientras se caen las casas de San Blas, y el municipio en general está sumido en un gran caos, el funcionario aparece a menudo en las páginas sociales nada menos que de El Nacional, al lado de su esposa, la diseñadora de modas Gabriela Chacón.
Cada quien es libre de llevar la vida que mejor le parezca. Pero los revolucionarios no sólo deben ser honestos y serios, sino también parecerlo.
Rangel no ha sido un gran alcalde. Si en octubre los vecinos no lo echaron a punta de votos fue más por lo malos que son -y lo divididos que iban- sus contendores que por sus propios méritos.
Eso no le ha impedido encabezar la lista de lo que parece ser un naciente jet set de la V República, el cual, por cierto, nada tiene que ver con el presidente Chávez, enemigo acérrimo de los alternes con la high society.
Este mozo ya no tan mozo parece que no sabe decirle no a su linda señora, quien se ha convertido en una celebridad bolivariana fashion. El alcalde no parece darse cuenta de que la prensa canalla usa sus veleidades sifrinas como bocado de cardenal para socavar la credibilidad no sólo de él –que sería lo de menos- sino también la de su padre, el vicepresidente ejecutivo de la República y, por extensión, de todos los revolucionarios.
Por esto último me siento con derecho a reclamarle en este tono. No se trata sólo de contraloría social. Cada vez que un funcionario incurre en uno de estos embelecos, paga el proceso y pagamos todos. A mí, por ejemplo, me llevó el periódico una amiga del otro bando. Con una sonrisita triunfal me dijo: “¡Mira cómo se divierte la boliburguesia, si hasta Osmel Souza les escribe las crónicas sociales!”. Y mientras yo leía aquella página entera llena de fotografías, se dio el lujo de zaherirme: “¡Si por lo menos te invitaran, Torres, dejarías de beber cerveza con esa pila ‘e pendejos del barrio, igual de chavistas que tú!”.
A la pana escuálida le defraudó un poco que yo no haya abogado por el alcalde. “¡Que lo defienda su papi!”, le dije y me vine casi corriendo a escribir este artículo.
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