jueves, 5 de mayo de 2005

Realidad cubana

 Nuestro sin par chavito

Por: ARIEL TERRERO

Apenas en una semana, el gobierno ha hecho dos movimientos en la política monetaria que alejan a la economía cubana, cada vez más, del Período Especial. Con la reevaluación consecutiva del peso cubano y de su alter ego convertible, el famoso chavito, la estrategia de sobrevivencia seguida desde 1990 desplaza los ojos hacia un órgano muy sensible del cuerpo humano: el bolsillo, cuyas necesidades, hasta ahora, habían quedado pospuestas, a favor de otras urgencias macroeconómicas.

Aunque tomaron por sorpresa a casi todos, ambas jugadas, sin embargo, eran previsibles. Dan continuidad a una estrategia iniciada en 2003, con la eliminación de la circulación del dólar en las operaciones interempresariales. Aquel movimiento quedaría redondeado, a fines de 2004, con similar despedida a la divisa estadounidense del comercio minorista. Después de anular la dolarización de la economía, la brújula apuntaba -y apunta- con insistencia en una dirección: cancelar la dualidad monetaria.

Para subir ese segundo escalón, es tan necesaria la ansiada reevaluación de la moneda nacional -iniciada el 17 de marzo con el Acuerdo número 13 del Comité de Política Monetaria del Banco Central de Cuba-, como la menos pronosticada apreciación del peso cubano convertible (CUC). El Acuerdo número 15 del mismo organismo, leído por el Comandante en Jefe el pasado 24 de marzo, puso fin a la asfixiante paridad que mantenía con el dólar el que hoy puede llamarse, con justicia, nuestro sin par chavito.

Dos frases advierten que la marcha apenas comienza. Antes de anunciar un salto del siete por ciento en el valor del peso tradicional frente al convertible, el primero de esos acuerdos plantea con claridad el camino hacia "una progresiva, gradual y prudente reevaluación de la moneda nacional". La segunda disposición, aunque un tanto más sutil, hizo lo mismo, al plantear una apreciación del CUC frente al dólar y demás divisas extranjeras "por el momento, del ocho por ciento".

Adoptadas con una rapidez entre sí que engañosamente aparenta poca complejidad, ambas medidas -y sobre todo la segunda- trazan un derrotero urgente, legítimo y audaz.

La urgencia tiene dos caras, una más visible -o sensible- que la otra. La devaluación experimentada por el peso cubano, desde que se desató la crisis, ha deteriorado lastimosamente la capacidad adquisitiva del salario, a duras penas protegido por la nunca bien valorada bodega y su comercio subsidiado por el Estado.

La cara menos perceptible del asunto es casi más dolorosa: tiene que ver con el ancla que el peso cubano convertible, desde su nacimiento, había echado sobre el dólar. La tasa de cambio de 1 x 1 le condenaba a devaluarse con la misma celeridad tramposa que experimenta la divisa estadounidense. Con una diferencia: la economía cubana no cuenta con los recursos, internacionalmente cuestionados, de que goza Estados Unidos a costilla de que su moneda predomina en el comercio mundial y la especulación de capitales. Por tanto, la caída simultánea del dólar y el CUC desangraba financieramente al comercio externo cubano.

Es legítimo, entonces, que Cuba cortara por lo sano con esa venenosa paridad.

Pero los saltos en el valor de nuestras dos monedas nacionales plantean desafíos que exigen de audacia. Con el salto en el precio del peso cubano, es previsible un incremento de su liquidez, riesgo que exige de pulso firme para evitar un nuevo derrumbe de su valor. La clave la aportan importantes ahorros en divisas del país mencionados por el Acuerdo número 13. Junto a otras medidas, "traerán como resultado un mayor respaldo al peso cubano, al incrementar el volumen de bienes y servicios que serán ofertados en moneda nacional, la que a su vez ha sido cuidadosamente preservada de los efectos negativos de cualquier exceso".

En tal caso, ollas arroceras y juntas de refrigeradores serían, apenas, la punta del iceberg.

Comprensibles dudas a un lado, ambas medidas fortalecen -una de manera directa y la otra indirecta- el valor de la moneda en que recibe salarios y jubilaciones la gente más humilde y sacrificada. Pero, a la par, multiplica el valor de las cuentas ahorradas en estos años, engordadas algunas a cuenta de las distorsiones del comercio. Matemáticamente, con la reevaluación del peso, mayor será la ganancia de los ahorros más voluminosos. Otro desafío.

Por tanto, para acercarnos con más eficacia a un paradigma de justicia social, junto a la apreciación de las monedas, será necesario incrementar salarios y pensiones -medida ya anticipada por Fidel- y beneficiar selectivamente a los sectores sociales más golpeados por la crisis. Comenzaría a arreglarse, de paso, no solo el consumo. Bien manejado, el salario es un recurso que abonaría la productividad y traería mejores vientos al velamen de la economía.

 

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy interesante informacion