¿Qué pasó, aquel día sábado? Nada. No pasó estrictamente nada. El condenado había sido ejecutado el día anterior, y todo volvía a la paz. Su mamá y sus pocos amigos, aterrorizados, ahogaban el dolor. Normal: ¿qué iba a pasar si la Policía daba la orden de buscarlos a ellos también?... Llanto sin voz. Silencio. Nadie iba a defender al reo. ¿Quién se reclamaría de un pata’nel suelo en su conflicto con el poder? Además, era bien claro: ni Dios mismo lo había defendido. El grito casi último del condenado lo había puesto de manifiesto: parecía haber perdido toda ilusión."Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". Él había dedicado varios años en hablar apasionadamente de la presencia y el amor de aquel que él nombraba su padre, pero los últimos momentos ponían aparentemente de relieve la falsedad de esa bella ilusión. ¿Dios? Desconocido. Ausente. ¡Dios no existe! Pobre hombre, pobre piltrafa humana. ¡Inocente! ¿Qué te has creído?...Es precioso como una gema, ese sábado sin Dios. Denuncia la docta insensatez de tantos clérigos, de todas las religiones, que vacían sobre Dios sus palabras huecas. Ellos lo nombran, triunfalistas, y piensan llevarlo así, arrastrándolo por la chivita, al templo de ellos, a su mezquita, sinagoga o vaticano. Mientras que el Dios verdadero es, dice el profeta, un Dios callado, escondido. Pregúntenlo, si no, a la viuda Inocencia (así es su bonito nombre), en el barrio San José. Ella ha portado al nieto en brazos amorosos, abiertos como en oración, durante veintidós años. Pero Dios no ha hecho nada para impedir que lo mataran vilmente, la semana pasada, en la cárcel de Yare. Pregúntenlo también a Carlina, que ha visto deshacerse en una lenta y mortal enfermedad al esposo, y padre amado de sus dos niñitas. Pregúntenlo a los padres de Ángel Gabriel, ese angelito que falleció, después de una agonía de cuatro días, atrapado en una lluvia de balas asesinas en el barrio 19 de abril. Pregúntenlo a...El Cristo desfigurado del viernes santo, el Cristo mudo del sábado santo: es el silencioso e inmenso compañero de camino de todos los hombres y mujeres que lloran, desesperan, o escrutan, aparentemente en vano, la alborada de la Vida.
Bruno Renaud Sacerdote de Petare
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