(Artículo publicado originalmente en Todos Adentro, sábado 25-03-06)
Si un guionista sádico hubiese recibido el encargo de elaborar el libreto de El Viaducto Asesino, casi con toda seguridad habría situado el momento de la caída del puente un domingo a las once de la mañana.
¿Qué mejor hora y día para encontrar la autopista llena de alegres caraqueños dirigiéndose a un día de descanso en medio de esas escenas de felicidad y regocijo que sólo la inminencia de la playa genera?
Hubiese sido una locación irresistible para lo que en el canal National Geographic llaman “segundos catastróficos”. La imagen de cientos de carros cayendo al vacío, en cámara lenta, mostrando las caras de terror de sus ocupantes hubiese garantizado el éxito del filme.
Para elevar el dramatismo a su máxima expresión, un salvavidas de bebé, con figurines de Bambi 2, flotaría en medio de la nube de polvo causada por el desplome, al compás de una música incidental espeluznante.
La realidad imitó el hipotético guión pero, por fortuna, apenas parcialmente. El puente sí se vino abajo un domingo a las once de la mañana, pero no hubo familias en caída libre ¡gracias a Dios, a San Miguel Arcángel y a la Santísima Virgen del Valle!
Pero los guionistas estaban preparados y ni modo que se iban a quedar con la mercancía en las vidrieras. Globovisión desplegó de inmediato su operativo Desorden Público, nombre código para indicar que “¡Allá cayó, allá cayó, allá cayó, allá cayó!”
El canal de 24 horas de deformación envió a un reportero-guionista, híbrido capaz de ir elaborando la historia en tiempo real, mientras aparenta transmitir una noticia. El individuo, talentosísimo sin duda, comienza a interrogar a los testigos del colapso del puente con una pregunta que refleja cómo es que pierde su tiempo al servicio de Ravell cuando podría estar trabajando para Spielberg: “Pero ¿se cayó o lo tumbaron?”. Genial, la interpelación que apunta a sembrar la duda de si el malvado y torpe rrrrrégimen intentó volar el averiado viaducto sin decírselo a nadie, escogiendo para ello nada menos que el día y la hora pico.
Digna de resaltar también la música incidental que animó la pantalla de los globoadictos, como en los buenos tiempos, durante todo el domingo.
Un par de horas después del derrumbe, el reportero-guionista desespera. Por más que busca y rebusca, no encuentra muertos, ni heridos. Ni siquiera hubo una miserable interrupción del tránsito en la así llamada “trocha”. Los vecinos de los barrios cercanos más bien celebraron: “¡Por fin se cayó esa vaina!”, dijo uno de ellos. Será mejor escribir otro guión. O, tal vez, que llamen a Spielberg a ver si los ilumina.
¿Qué mejor hora y día para encontrar la autopista llena de alegres caraqueños dirigiéndose a un día de descanso en medio de esas escenas de felicidad y regocijo que sólo la inminencia de la playa genera?
Hubiese sido una locación irresistible para lo que en el canal National Geographic llaman “segundos catastróficos”. La imagen de cientos de carros cayendo al vacío, en cámara lenta, mostrando las caras de terror de sus ocupantes hubiese garantizado el éxito del filme.
Para elevar el dramatismo a su máxima expresión, un salvavidas de bebé, con figurines de Bambi 2, flotaría en medio de la nube de polvo causada por el desplome, al compás de una música incidental espeluznante.
La realidad imitó el hipotético guión pero, por fortuna, apenas parcialmente. El puente sí se vino abajo un domingo a las once de la mañana, pero no hubo familias en caída libre ¡gracias a Dios, a San Miguel Arcángel y a la Santísima Virgen del Valle!
Pero los guionistas estaban preparados y ni modo que se iban a quedar con la mercancía en las vidrieras. Globovisión desplegó de inmediato su operativo Desorden Público, nombre código para indicar que “¡Allá cayó, allá cayó, allá cayó, allá cayó!”
El canal de 24 horas de deformación envió a un reportero-guionista, híbrido capaz de ir elaborando la historia en tiempo real, mientras aparenta transmitir una noticia. El individuo, talentosísimo sin duda, comienza a interrogar a los testigos del colapso del puente con una pregunta que refleja cómo es que pierde su tiempo al servicio de Ravell cuando podría estar trabajando para Spielberg: “Pero ¿se cayó o lo tumbaron?”. Genial, la interpelación que apunta a sembrar la duda de si el malvado y torpe rrrrrégimen intentó volar el averiado viaducto sin decírselo a nadie, escogiendo para ello nada menos que el día y la hora pico.
Digna de resaltar también la música incidental que animó la pantalla de los globoadictos, como en los buenos tiempos, durante todo el domingo.
Un par de horas después del derrumbe, el reportero-guionista desespera. Por más que busca y rebusca, no encuentra muertos, ni heridos. Ni siquiera hubo una miserable interrupción del tránsito en la así llamada “trocha”. Los vecinos de los barrios cercanos más bien celebraron: “¡Por fin se cayó esa vaina!”, dijo uno de ellos. Será mejor escribir otro guión. O, tal vez, que llamen a Spielberg a ver si los ilumina.
José Pilar Torres
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