En el tema TLC, la palabra negociación está atada a la palabra miedo. La idea es infundir temor sobre el aislamiento y por tanto el atraso que devendrían si no firmamos el TLC mientras nuestros vecinos sí lo hacen. La frase con la que el gobierno amenaza a la población para que no se oponga a este tratado es: "quedarnos fuera es peor que no firmar".
Alrededor de ese temor se tejen una serie de argumentos, por ejemplo se dice que nos quedaríamos imposibilitados de incrementar la exportación de nuestros productos (actualmente, según el jefe negociador de Ecuador, Manuel Chiriboga, son 700 los productos que vendemos a ese país) hacia un gran mercado de 300 millones de habitantes. Lo que no se dice es que el grueso de los productos que nos compra Estados Unidos actualmente son de postre u ornamentales, como las flores, el banano y el café, que tienen el monopolio de grupos bien conocidos en nuestro país, y no son productos fundamentales que en Ecuador sostengan la economía interna y den trabajo a la mayoría de la población que vive en el campo, como el arroz, el maíz, las papas, etc.
Nos dicen que si los productos de Colombia y Perú entran a Estados Unidos en mejores condiciones arancelarias, desplazarían fácilmente a los nuestros, y eso generaría desempleo y pobreza. En realidad, las condiciones en las que firmó Colombia harán, de hecho, que nuestras exportaciones (la de los grandes exportadores ecuatorianos) tanto a EE.UU. como a Colombia sean desplazadas de esos mercados, entonces la afectación es por doble vía. Pero todo siempre dentro de la lógica de inserción en el neoliberalismo. Nadie ha hablado de cuáles son los rumbos de desarrollo del aparato productivo del Ecuador, en función de su desarrollo hacia adentro, como condición indispensable para enfrentar cualquier reto en el escenario internacional. Lo que se hace es vendernos la idea de que nadie puede bajarse de este mundo globalizado y neoliberal.
Sin embargo, la tendencia en América Latina, que va creciendo en magnitud y madurez es aquella que pretende bajarse de ese carro y tomar otro diferente, el del desarrollo soberano, que respete el principio de autodeterminación, pero que al mismo tiempo proponga procesos de integración de los pueblos, no de las elites, en todos los planos: económico, social y político. Económico en el sentido de complementariedad y no de competencia o exclusión.
Los promotores del TLC proponen como una oportunidad la necesidad de diversificar la producción agrícola, frente al temor cada vez más creciente y obvio que en sectores como el arrocero y el maicero de Ecuador existe, sobre todo cuando se observa lo que firmaron Perú y Colombia en materia agrícola.
La Confederación Nacional Campesina de México advertía a sus similares peruanos y colombianos antes de que firmen el TLC, que en su caso firmar este tratado con Estados Unidos significó perder el 41 por ciento de su autosuficiencia alimentaria. En México importan anualmente 18 millones de toneladas de granos forrajeros, lo cual ha obligado a que 2 millones de campesinos hayan abandonado sus tierras.
La advertencia no sirvió de mucho, ahora se dice que por haber sido el primero en firmar, las condiciones en que negoció Perú terminarán siendo las peores de los tres países que intervienen en la negociación andina. De Colombia se dice que es nuestro techo, que es lo mejor que podríamos lograr, pero solo para ilustrar lo que "tuvo que ceder" Colombia para firmar el TLC: mientras EE.UU. tendrá una entrada libre para 1,2 millones de toneladas de trigo, 2,0 millones de toneladas de maíz, 900 000 toneladas de soya y fréjol y 200 000 toneladas de cebada, Colombia apenas podrá ingresar a ese país 4 000 toneladas de tabaco y 50 000 toneladas de azúcar.
Para Ecuador (para los empresarios, grandes medios y el gobierno), ningún ejemplo práctico parece valer la pena. Sí, los agricultores sufrirán un duro golpe con el TLC, pero la solución es la "reconversión productiva", dicen los entreguistas. Para ellos es fácil plantear que los campesinos, en 25 años (en el mejor de los casos, porque podrían ser menos años, como en Perú y Colombia), deben volverse competitivos con otros productos diferentes a los que por décadas han sembrado, y encima frente a productores estadounidenses que reciben subsidios millonarios de su país. Un agricultor gringo recibe en promedio un subsidio de alrededor de 25 000 dólares al año, mientras que en Ecuador el estímulo del Estado para sus agricultores es 0.
Se dice que se darán estímulos y créditos para estos sectores que podrían resultar perjudicados; ¿se puede creer en una promesa como está, que tantas veces ha sido repetida por los distintos gobiernos y nunca ha sido cumplida? Para no irnos muy lejos, ¿se puede esperar atención de un Gobierno como el actual, que es inepto a la hora de cumplir con las urgentes necesidades de provincias y regiones postergadas, como aquellas que actualmente están con el agua hasta el cuello, y otras que han paralizado por falta de obras básicas?
La otra idea que se pretende vender para deslegitimar las protestas populares contra el TLC es que no hay que oponerse por oponerse, que sobre este tema solo puede haber opiniones calificadas, nunca de sectores como el estudiantil, el indígena o el laboral. Frente a este argumento quedan dos realidades: por parte de los negociadores y el Gobierno nunca existió el interés real de que se conozcan los términos de la negociación, precisamente porque no contenían nada bueno para los pueblos. Además, las movilizaciones que hoy se expresan parten de un proceso complejo y difícil, pero decidido de las organizaciones populares y políticas del espectro popular, de estudiar y dar a conocer qué significa este tratado. Hay, entonces, una importante conciencia respecto de las consecuencias de firmar un tratado de libre comercio totalmente desigual y arbitrario.
Sin firmarlo aún, Palacio cumple con las exigencias del TLC
El TLC no es un tema netamente económico, se inserta en la geopolítica general de los Estados Unidos para el dominio en la región. Por ello, los negociadores gringos del TLC presionan para que temas como la participación del Ecuador en el Plan Colombia sea más decidida; y como estamos viendo en los últimos meses, lo están logrando. Ya son comunes las invasiones de nuestro territorio, la violación de nuestra soberanía por parte de fuerzas militares estadounidenses-colombianas en el marco de su combate a la guerrilla del vecino del norte.
Aunque desde Cancillería se hagan tibios pronunciamientos en torno a que si fuera por este Gobierno el convenio de la Base de Manta no se ratificaría en el 2010, o se hagan protestas diplomáticas que en pocos días se olvidan por estas incursiones, la práctica es que nuestras Fuerzas Armadas solo cumplen el papel de observadoras de las operaciones que gringos y colombianos lanzan en nuestro territorio, en medio de una población aterrorizada.
Las negociaciones del TLC también son el escenario para resolver a favor de los Estados Unidos problemas como el de la compañía Occidental. Desde el Norte se presiona para que se declare lícito y vigente el contrato con esta transnacional, mientras que el Gobierno de Alfredo Palacio solo pide a cambio de eso que se le permita aprobar en el Congreso Nacional una ley para renegociar los contratos petroleros, en el sentido de la elevación de los precios de venta del crudo en el mercado internacional (no porque sea de justicia el hecho mismo de revisar las condiciones de repartición de la riqueza que contemplan esos lesivos contratos).
Por otro lado, la movilización popular, que ha crecido en radicalidad y masividad, es confrontada por este Gobierno de forma dictatorial. Lo que ha hecho en la Amazonía, sobre todo en provincias como Orellana y Sucumbíos, es decir, decretar el estado de emergencia y suspender con ellos todos los derechos constitucionales como el de la libertad de expresión, el enviar al Ejército no solo a reprimir con bala a la población, sino a apresar a periodistas y a intervenir medios de comunicación, dan muestra del talante reaccionario de Palacio.
Lo importante es que mientras más violento pretende mostrarse el régimen, mayores y más contundentes son las protestas de las provincias, regiones y sectores populares contra su política entreguista. La conciencia antiimperialista y de defensa de la soberanía de los pueblos del Ecuador ha crecido y significa en estos momentos un grave riesgo para el sostenimiento del poder tanto de los grupos económicos locales como del imperialismo norteamericano.
No hay que temerle a estas expresiones de combate, hay que respaldarlas porque son justas y únicamente buscan el desarrollo soberano, la defensa de la dignidad como ecuatorianos, y las transformaciones profundas, radicales, revolucionarias de las estructuras del Estado.
Por: Franklin Falconí