(Tomado del semanario Todosadentro, sábado 24 de septiembre de 2005)
“Usted no entiende las estrategias del comandante, doña Julia. Déjeme que se lo explique: Lina es buena como fuerza de choque, pero para la Asamblea Nacional es mejor otra gente”, afirmó, con aire de analista encumbrado, un señor que regenta un puesto de reparación de relojes en la avenida Universidad, o dicho de modo más directo, un buhonero.
El hombre tenía una audiencia cautiva de tres personas, también integrantes de la economía informal. Yo iba de prisa, pero al oír su audaz tesis me detuve disimuladamente, fingiendo que veía discos compactos en el tarantín vecino. “Esa va a ser una Cámara casi sin oposición, ¿para qué queremos gente tan peleona allí adentro?”, preguntó el politólogo asfáltico y ante las miradas atónitas de sus oyentes, procedió a responderse: “¡Pa’ nada! Es mejor individuos serenos, que escriban las leyes que necesita el Gobierno. A los peleones los necesitamos en la calle y en los medios de comunicación, que serán, ahora más que nunca, la guarimba de los escuálidos”.
No pude aguantar las ganas de echarle una mirada al hombre. Tenía puesto uno de esos monóculos propios de su oficio. “Si la oposición fuese a sacar, pon tú, 50 diputados, el comandante hubiese metido a Lina, que esa sí le da su ‘tate quieto a cualquiera que llegue ahí con saboteos. Pero si sacan 25 es de chiripa, así que la camarada se va a aburrir ahí, o quién quita que le dé por pelearse con sus propios compañeros ¡No, qué va, el Presidente hizo lo correcto!”, soltó.
Potentes ruidos provenientes de la avenida me bloquearon un segmento del diálogo. Cuando cesaron, el Relojero (permítaseme colocarle letras mayúsculas, se lo merece) disertaba acerca del carácter dedocrático de la selección de los candidatos del chavismo. “Claro, es muy fácil acusar a alguien de elegir a dedo, pero al que lo picó macagua, bejuco le para el pelo, compai, ¿o es que nadie se acuerda de cuántos diputados electos con los votos del portaaviones de Chávez saltaron la talanquera?”, razonó.
Estaba tan impactado con aquel informe político silvestre que me voltee y seguí oyéndolo como si me hubiesen invitado. El Relojero alzó el ojo libre para auscultarme. “Usted, maestro –me interpeló-, si un poco de traidores lo hubiesen dejado a pie, ¿se dejaría echar esa vaina por segunda vez?”.
Desde luego que no, le dije y, como si me hubieran limpiado los engranajes de la mente, todo el asunto de la lista de candidatos a la Asamblea me quedó claro, clarísimo. ¿Cuánto le debo, señor Relojero?
“Usted no entiende las estrategias del comandante, doña Julia. Déjeme que se lo explique: Lina es buena como fuerza de choque, pero para la Asamblea Nacional es mejor otra gente”, afirmó, con aire de analista encumbrado, un señor que regenta un puesto de reparación de relojes en la avenida Universidad, o dicho de modo más directo, un buhonero.
El hombre tenía una audiencia cautiva de tres personas, también integrantes de la economía informal. Yo iba de prisa, pero al oír su audaz tesis me detuve disimuladamente, fingiendo que veía discos compactos en el tarantín vecino. “Esa va a ser una Cámara casi sin oposición, ¿para qué queremos gente tan peleona allí adentro?”, preguntó el politólogo asfáltico y ante las miradas atónitas de sus oyentes, procedió a responderse: “¡Pa’ nada! Es mejor individuos serenos, que escriban las leyes que necesita el Gobierno. A los peleones los necesitamos en la calle y en los medios de comunicación, que serán, ahora más que nunca, la guarimba de los escuálidos”.
No pude aguantar las ganas de echarle una mirada al hombre. Tenía puesto uno de esos monóculos propios de su oficio. “Si la oposición fuese a sacar, pon tú, 50 diputados, el comandante hubiese metido a Lina, que esa sí le da su ‘tate quieto a cualquiera que llegue ahí con saboteos. Pero si sacan 25 es de chiripa, así que la camarada se va a aburrir ahí, o quién quita que le dé por pelearse con sus propios compañeros ¡No, qué va, el Presidente hizo lo correcto!”, soltó.
Potentes ruidos provenientes de la avenida me bloquearon un segmento del diálogo. Cuando cesaron, el Relojero (permítaseme colocarle letras mayúsculas, se lo merece) disertaba acerca del carácter dedocrático de la selección de los candidatos del chavismo. “Claro, es muy fácil acusar a alguien de elegir a dedo, pero al que lo picó macagua, bejuco le para el pelo, compai, ¿o es que nadie se acuerda de cuántos diputados electos con los votos del portaaviones de Chávez saltaron la talanquera?”, razonó.
Estaba tan impactado con aquel informe político silvestre que me voltee y seguí oyéndolo como si me hubiesen invitado. El Relojero alzó el ojo libre para auscultarme. “Usted, maestro –me interpeló-, si un poco de traidores lo hubiesen dejado a pie, ¿se dejaría echar esa vaina por segunda vez?”.
Desde luego que no, le dije y, como si me hubieran limpiado los engranajes de la mente, todo el asunto de la lista de candidatos a la Asamblea me quedó claro, clarísimo. ¿Cuánto le debo, señor Relojero?
José Pilar Torres torrepilar@hotmail.com
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