En este mundo globalizado, de guerras híbridas, de genocidios y agresiones sin castigo, así como de violaciones permanentes al derecho internacional que desnudan un orden mundial totalmente injusto, hay delitos que no se borran, son imprescriptibles.
Hoy en día ya no se extinguen las acciones penales dirigidas a sancionar delitos graves contra los derechos humanos, entre ellos los crímenes de lesa humanidad como el apartheid; el asesinato, la persecución de un grupo o colectividad con identidad propia, fundada en motivos raciales, étnicos, culturales, religiosos u otros motivos universalmente reconocidos como inaceptables; o el crimen de exterminio que comprende la imposición intencional de condiciones de vida y la privación del acceso a alimentos o medicinas, encaminados a causar la destrucción de una población, tal como lo está perpetrando el actual Estado sionista de Israel contra el pueblo palestino. El crimen contra Gaza jamás entrará en la teoría del “recuerdo borrado del hecho”.
Hoy en día tampoco prescriben los delitos contra el patrimonio público ni los relacionados con el tráfico de drogas, así como los delitos previstos en la Ley Orgánica contra la Delincuencia Organizada y Financiamiento al Terrorismo. Es decir, nadie podrá evadir la responsabilidad penal por corrupción, apropiación de dineros públicos o malversación, concusión, cohecho, enriquecimiento ilícito y tráfico de influencias, entre otros. Tampoco se extinguirá la acción penal para castigar el tráfico de drogas y el “blanqueo” de dinero, mucho menos el terrorismo y el sicariato.
El blanqueo y los “blanqueadores” crean verdaderos peligros para los sistemas políticos, porque potencian la corrupción del poder político. Se trata del dinero sucio que tiene su origen en el tráfico de drogas, explotación laboral y sexual, secuestro de personas, tráfico ilícito de armas, y también en la corrupción de funcionarios públicos, entre otras actividades ilícitas. Es una riqueza que no se puede explicar ni justificar legalmente y por esa razón se da el “blanqueo”, “lavado” o legitimación de dichos capitales a través de los bancos, pero de igual forma los “blanqueadores” suelen operar utilizando empresas ficticias, casinos, restaurantes o cualquier otro medio que facilite la ocultación del origen ilegal de tales capitales. Pues bien, todos los supuestos aquí mencionados son crímenes o delitos que no se borran.
Beltrán Haddad
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