Julio Borges subió a Las Casitas de La Vega, cosa ya de por sí noticiosa, -dicho esto sin ironías-, pero una vez arriba, al parecer, quiso llevar el impacto informativo al máximo y se puso a hablar de su próximo viaje a Bruselas.
La gente que lo llevó hasta ese lugar tuvo que negociar con un montón de “actores sociales”, como diría un politólogo presumido: chavistas, adecos, policías, malandros... todo un trabajo previo para que el niño, su comitiva y la parafernalia de los medios de comunicación ascendieran al territorio apache y a él no se le ocurre mejor idea que hablar de unos musiúes de la Unión Europea a los que él les va a meter unos chismes acerca del “régimen”.
No entiendo qué les pasa por la cabeza a sus estrategas de imagen, o tal vez sea que su plan es tan adelantado que no lo podemos comprender los bichos de uña. Pero lo verdaderamente incomprensible de esa gira por la cumbre vegueña es que el joven candidato presidencial había dicho que “al carajo lo mediático”, que desde ahora y hasta diciembre de 2006 sería un político de casa por casa. Pero apenas llegó a la locación prevista en Los Mangos y lo primero que hizo fue ponerse el collar de micrófonos y largarse a hablar de un modo relamido y erudito sobre Derecho Internacional.
Me inclino a pensar que quien nace pa’ mediático ni que lo suban a cerro. Siempre terminará dando la impresión de que está en un reality show.
El problema es genético porque, aunque se vista de amarillo, el mozo Borges no puede negar que es copeyano, y el único copeyano que subía cerro era el gordo Luis Herrera, lo cual no fue casualidad sino que –ya se ha comprobado científicamente- el tipo es un mutante.
El doctor Caldera, que es el copeyano por excelencia, fue presidente dos veces y nunca tuvo necesidad de subir cerro: tenía el ego tan alto que miraba a los pobres desde arriba.
Y Eduardo Fernández durmió una noche en un rancho y caricaturizó así su propio asco por los esguañangaos. El mensaje que mandó fue: “deseo tanto ser Presidente que soy capaz hasta de hacer esto, ¡guácala!”.
Ahora, con Copei extinto, aparece Borges en Las Casitas y habla de lo que hará en Bruselas. No digo yo.
La gente que lo llevó hasta ese lugar tuvo que negociar con un montón de “actores sociales”, como diría un politólogo presumido: chavistas, adecos, policías, malandros... todo un trabajo previo para que el niño, su comitiva y la parafernalia de los medios de comunicación ascendieran al territorio apache y a él no se le ocurre mejor idea que hablar de unos musiúes de la Unión Europea a los que él les va a meter unos chismes acerca del “régimen”.
No entiendo qué les pasa por la cabeza a sus estrategas de imagen, o tal vez sea que su plan es tan adelantado que no lo podemos comprender los bichos de uña. Pero lo verdaderamente incomprensible de esa gira por la cumbre vegueña es que el joven candidato presidencial había dicho que “al carajo lo mediático”, que desde ahora y hasta diciembre de 2006 sería un político de casa por casa. Pero apenas llegó a la locación prevista en Los Mangos y lo primero que hizo fue ponerse el collar de micrófonos y largarse a hablar de un modo relamido y erudito sobre Derecho Internacional.
Me inclino a pensar que quien nace pa’ mediático ni que lo suban a cerro. Siempre terminará dando la impresión de que está en un reality show.
El problema es genético porque, aunque se vista de amarillo, el mozo Borges no puede negar que es copeyano, y el único copeyano que subía cerro era el gordo Luis Herrera, lo cual no fue casualidad sino que –ya se ha comprobado científicamente- el tipo es un mutante.
El doctor Caldera, que es el copeyano por excelencia, fue presidente dos veces y nunca tuvo necesidad de subir cerro: tenía el ego tan alto que miraba a los pobres desde arriba.
Y Eduardo Fernández durmió una noche en un rancho y caricaturizó así su propio asco por los esguañangaos. El mensaje que mandó fue: “deseo tanto ser Presidente que soy capaz hasta de hacer esto, ¡guácala!”.
Ahora, con Copei extinto, aparece Borges en Las Casitas y habla de lo que hará en Bruselas. No digo yo.
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