jueves, 20 de noviembre de 2025

El gran ilusionista y los narcos más estúpidos de la historia


                                                  

El gran ilusionista y los narcos más estúpidos de la historia

Alfredo Clemente

18 noviembre, 2025


   

    Hay una regla de oro en el ilusionismo: la realidad no es lo que ocurre, sino lo que la audiencia cree ver. Mientras el mago agita un pañuelo de seda con la mano derecha, la izquierda ejecuta la trampa. En la geopolítica moderna, esa prestidigitación tiene nombre y apellido, y hoy el escenario se ha trasladado del desierto de Irak al mar Caribe. La obra en cartelera es un refrito, una secuela de bajo presupuesto pero con efectos especiales de Hollywood: «El Narcoestado».

     Para entender la patraña, hay que rebobinar la cinta.

    Todo buen guion necesita una historia de origen. En este caso, la «Génesis» data de 1993. En aquel entonces, la CIA financió, protegió y supervisó el envío de toneladas de cocaína a través de la «Operación Norte». El protagonista era el general Guillén Dávila. No fue una conspiración teórica; fue un hecho documentado, una «entrega controlada» que terminó llenando las calles de Estados Unidos de droga con el sello de aprobación de Langley (CIA). El «Cartel de los Soles» nació entonces, no como una insurgencia contra el imperio, sino como un subproducto de la corrupción de sus propias agencias (CIA-DEA).

    Pero el ilusionista recicla sus trucos.

    Saltamos al siglo XXI. El guion fue desempolvado y reescrito. Ya no se trataba de agentes corruptos de la CIA jugando a ser vaqueros; ahora, la narrativa exigía un «Casus Belli». Tras el fracaso del golpe de 2002 y la expulsión de la DEA en 2005 —un acto de soberanía que Washington interpretó como una declaración de guerra—, la maquinaria de lawfare se puso en marcha. Sin agentes en el terreno, la «inteligencia» pasó a fabricarse en despachos de Miami y tribunales de Nueva York, utilizando testimonios comprados a desertores que cantaban la melodía que el fiscal de turno quería escuchar.

    Y aquí llegamos al absurdo, a la grieta por donde se cuela la luz de la verdad y arruina el truco. (Como lo hacía «el mago enmascarado» Val Valentino en EEUU).

    Nos piden que creamos en la existencia de los que serían los narcotraficantes más estúpidos de la historia de la humanidad.

    Observemos el escenario: el Mar Caribe. Probablemente, el cuerpo de agua más vigilado del planeta. Una maraña tecnológica saturada de destructores clase Arleigh Burke, aviones y drones de alerta temprana, buques anfibios, satélites espía capaces de leer la placa de un auto desde el espacio y una red de hidrófonos que detectan el suspiro de una ballena. Es el «panóptico» (sistema de vigilancia perfecto).

    Y, sin embargo, la narrativa oficial nos vende la imagen de que el supuesto «mayor cartel del mundo», dirigido —según el Departamento de Estado— por el mismísimo Presidente de la República, decide desafiar a la Estrella de la Muerte enviando… lanchas artesanales. ¡Vaya historia!

    Sí, peñeros. Botes de fibra de vidrio que salen casi a diario a ser interceptados, fotografiados y exhibidos en los medios sociales. ¿Dónde está la lógica criminal? ¿Dónde está la sofisticación de un Estado que supuestamente ha puesto toda su infraestructura al servicio del crimen? Es una incongruencia logística que insulta la inteligencia. O los » supuestos capos» tienen una vocación suicida, o lo que vemos flotando en el mar no es narcotráfico de Estado, sino la escenografía, la utilería necesaria para la foto del día. Y así justificar los asesinatos.

    Ahora, el ilusionista sube la apuesta. Ya no basta con la etiqueta de «narco». El Departamento de Estado planea designar a su reciclado invento (Cartel de los Soles) como Organización Terrorista Extranjera. Juez, jurado y verdugo en un solo movimiento. Es el mismo libreto de Colin Powell agitando aquel frasquito de ántrax imaginario en la ONU. Es la misma escenografía de cartón piedra en la Plaza Verde de Trípoli.

    Pero encendamos las luces del teatro y desnudemos al Rey. El cinismo es obsceno.

    Mientras los focos apuntan al Caribe, la verdadera «empresa» opera impune en casa. No es una crisis, es un modelo de negocio. El mercado de drogas en EEUU. mueve hasta 750.000 millones de dólares al año. El Departamento del Tesoro —con la frialdad de un contador mafioso— admite que 100.000 millones de dólares del narco fluyen anualmente hacia el inmaculado sistema financiero estadounidense.

    No lavan dinero por error; lo lavan porque el sistema lo necesita. En 2017, las drogas ilícitas añadieron 111.000 millones de dólares al PIB de la potencia del norte. El vicio sostiene la economía. Y el costo de esta «industria» se paga en sangre propia: más de 80.000 muertos por sobredosis en 2024. El fentanilo y los opioides son la principal causa de muerte entre los 18 y 44 años. Una limpieza generacional, una emergencia de salud pública de 2.7 billones de dólares que nadie quiere detener porque el negocio es demasiado bueno.

    No nos dejemos engañar por los juegos de luces. En el Caribe no se está combatiendo al terrorismo; se está fabricando una cortina de humo. El mismo dedo que aprieta el gatillo y señala al Sur, es el que cuenta los billetes manchados de sangre en el Norte. Y como en todo mal truco de magia, la estafa queda al descubierto cuando uno deja de mirar la mano del mago y empieza a mirar su bolsillo. Además denunciar sus verdaderos intereses.

                                                                       

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                                                                                  

No hay comentarios.: