lunes, 10 de diciembre de 2007

Breve catálogo de la alienación proletaria

En la empresa donde trabajo había jolgorio el lunes. La jornada, previsiblemente, fue una tortura. Yo estaba preparado psicológicamente para ver a los vicepresidentes y altos mandamases saludándose como si fueran peloteros y acabaran de conectar un jonrón con tres en base. Eso me fastidió la paciencia pero bastó subirle el volumen al Ipod para obviar el asunto.

Lo que sí me resultó intolerable, patético, deprimente, indignante y todos los demás calificativos que quepan, fueron las celebraciones de oficinistas, mensajeros, señoras de la limpieza, obreros y choferes de camión. Si el resultado del referéndum me colocó al borde de las lágrimas, aquellas expresiones tan brutales de alienación proletaria me colocaron al borde del vómito, dispense usted la fea imagen.

Entre quienes celebraban la presunta victoria del derecho a la propiedad privada conté al menos veinte que han comprado apartamentos y automóviles en los últimos años, gracias a la eliminación de los créditos indexados y cuotas balón que aplicaba la banca ladrona.

La señora Carlina, por ejemplo, vivió alquilada durante los 40 años anteriores a 2005. Bajo los gobiernos de AD, COPEI y sus derivados nunca fue propietaria de un carrizo. Vino a saber lo que es un techo propio bajo el “rrrrégimen” chavista. Pero, por alguna razón, Carlina está convencida de que es al revés la cosa: la derecha quiere darle y la izquierda quiere quitarle. Vea usted.

Entre los celebradores estaban también “los sindicalistas de la empresa” (comillas y posesivo escritos sin mala fe, lo juro). En rigor podía decirse que trabajadores y dirigentes festejaban porque seguirían chambeando ocho horas diarias, en lugar de las seis que pretendía imponerles el dictador. ¿Quién dijo que no somos japoneses?

Salí de aquel ambiente de absurdas contradicciones. Bajé al quiosco y noté que unos cuantos vendedores informales también estaban celebrando el resultado del referéndum. Me pareció ya el colmo. No sólo porque con el voto negativo cerraron la posibilidad de un sistema de seguridad social para ellos mismos. También porque me basta recordar cómo trataban los a los buhoneros los defensores de la propiedad privada que gobernaron antes de Chávez.

Se acercó un señor obviamente partidario del Sí, pues todos comenzaron a chalequearlo al unísono.

La joven que vende pastelitos se ufanaba de haber lanzado los primeros cohetes de la Navidad, mientras “se tripeaba” la celebración por Globovisión. “¿Vieron a Leopoldo López? ¡qué bellos se veían él y la esposa, estaban tan contentos!”, dijo la chica, guiñándole un ojo al chavista derrotado.

Y ese caballero me dio la única satisfacción de un día particularmente atorrante, cuando la miró por encima de sus lentecitos de presbicia y le dijo: “¿Ah, es bello Leopoldo… y tú por qué no te vas entonces a vender tus pastelitos a la Plaza Altamira?”.

La aludida sólo alcanzó a hacerle una mueca de labios fruncidos y decirle, antes de abandonar la tertulia: “Tú si eres necio, chavista tenías que ser”.

El hombre, qué obviamente estaba harto de tanto escarnio, le gritó: “…Porque sabes que te mandan la policía para que te queme ese culo”.

Luego me miró a mí por sobre los lentes y sentenció: “Esa gente no quiere nada con buhoneros, maestro, ni siquiera con los pendejos que piensan como si fueran dueños de un Makro”.

José Pilar Torres torrepilar@hotmail.com

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