martes, 27 de febrero de 2007

Homenaje a D’Abuisson ¡Otra canallada más!

(Artículo originalmente publicado en Todosadentro, del sábado 24 de febrero de 2007)

En El Salvador se ha prendido un lío porque la derecha recalcitrante y ultramontana (como diría aquel señor Henry Ramos Allup ¿se acuerdan de él, el adeco del copete?) quiere designar “hijo meritísimo de la patria” nada menos que a Roberto D’Abuisson, el genocida que dirigía escuadrones de la muerte y, además, fue autor intelectual del vil asesinato de monseñor Arnulfo Romero.

Leí la denuncia hecha por un conglomerado de organizaciones de defensa de los derechos humanos y me sentí obligado a dedicar este rincón opinático al tema, aunque parezca una digresión. A pesar de que puede lucir como un asunto interno de los salvadoreños, no lo es. Se trata de un tema de la dignidad latinoamericana, de una parte de la historia de la perenne lucha entre los pueblos y las patéticas élites que se han abrogado la autoridad en nuestros países.

Los que vivimos nuestros años juveniles en la terrible década de los 80 nos sentimos autorizados a alzarnos contra esta clase de infamias ocurridas en otras latitudes porque sabemos –nadie puede meternos cuentos- que la Venezuela de entonces, reaccionaria y lacaya del Imperio a más no poder, tuvo sus manos hundidas en ese charco de sangre inocente que era por entonces casi toda Centroamérica.

En el caso específico de El Salvador, la Historia no absolverá –y esperamos que Dios tampoco- a la clase política que dirigió Venezuela en esa mala hora. Militares venezolanos formados en la ignominiosa Escuela de las Américas y policías con chapa de cuerpos de seguridad criollos y sueldo de la CIA, fueron cómplices de todas las tropelías cometidas por el gobierno del socialcristiano José Napoleón Duarte y por los matones de D’Abuisson.

Conocidísimos personajes del antichavismo de hoy, que se endilgan el honorable título de “ciudadano”, actuaron allá como sicarios internacionales. Ahora andan por ahí dizque defendiendo los derechos humanos de la sociedad civil ante los ataques del “rrrégimen”. ¡Otra canallada más!

Por fortuna, la Conferencia Episcopal de El Salvador no es como la nuestra y alzó su voz para oponerse, junto a muchos otros sectores sociales, al homenaje que pretendían montar los diputados del partido Arena (fundado por D’Abuisson) en el Parlamento. Al conocer la iniciativa, los socialcristianos pretendieron hacer lo mismo con Duarte. El festín de la ruindad estuvo a punto de llevarse a cabo, pero el escándalo lo ha paralizado transitoriamente.

Los grupos de derechos humanos temen que en cualquier momento se reactive el proceso y los dos criminales de la guerra sucia sean elevados a pedestales honoríficos, en cuyo caso, no sería raro que hasta el vernáculo Matacura sea declarado hijo meritísimo de El Salvador.

Y entonces, como cantó Rubén Blades, entre el grito y la sorpresa, agonizando otra vez, veremos al Cristo de palo pegado a la pared.

José Pilar Torres torrepilar@hotmail.com

miércoles, 14 de febrero de 2007

La larga muerte del Puntofijismo

(Artículo originalmente publicado en Todosadentro del 10-02-07)

Se equivocan los expertos: Las crisis de organizaciones como Primero Justicia no son un fenómeno nuevo, ni males de juventud sino la misma crisis del Puntofijismo, que aún no ha cesado.

A pesar de que Acción Democrática y Copei, los dos principales componentes del sistema depuesto, hoy son apenas un vago recuerdo en las mentes de adultos contemporáneos pa`rriba, el proceso de degradación de este establecimiento político continúa en desarrollo.

Los hijos que, a duras penas, engendraron las clases políticas dominantes de otros tiempos para garantizar la supervivencia de la especie, han ido sucumbiendo tempranamente a la falla estructural más terrible que puede sufrir una entidad política, la ruptura con los intereses generales. Y la mejor prueba es, justamente, la división de esa excrecencia del copeyanismo decrépito llamada Primero Justicia.

El partido derechista que había hecho furor entre el sifrinaje ha terminado dando un espectáculo lamentable: se ha quebrado en dos pedazos sin que nadie, a ciencia cierta, pueda explicar cuál es la diferencia entre uno y otro.

Antes le había pasado a Proyecto Venezuela, otro subproducto socialcristiano que tuvo su momento estelar con la candidatura del legendario Frijolito I en 1998.

Esta organización, basada en la tesis de lo irresistible que sería para el pueblo ignaro un liderazgo catire, de ojos azules y hereditario, ni siquiera requirió una división. Simplemente languideció entre valencianos delirios de grandeza que galopaban sobre corceles blancos blanquitos.

En cambio la implosión ha sido el destino del partido de los chamos bien, el del Este de Caracas, el de los Altos Mirandinos, el de Lechería, el de los alcaldes que en abril de 2002 esposaron ministros y entraron a embajadas. Los muchachos que supuestamente encarnaban una nueva generación democrática fueron a su primer proceso electoral interno y se dividieron al peor estilo de la vieja AD, dejando a sus militantes con los ojos claros y sin vista, cual magallaneros en el noveno inning del quinto juego de la final.

De acuerdo con esta lógica, la crisis del Puntofijismo proseguirá mientras sus engendros sigan echando lavativas en esta Tierra de Gracia. Me atrevo, incluso, a pronosticar que alguno de estos dramas surgirá también de un momento a otro en el grupo que encabeza el ex candidato presidencial Manuel Rosales, quien por lo pronto intenta sacar provecho del divorcio de Julio y Leopoldo.

Un amigo opositor que de un tiempo para acá se ha dedicado a la ironía, me confesó que sólo imaginarse una nueva candidatura de Rosales (ya con 60 años a cuestas) lo hace ser presa de profundas depresiones. “¡Noo, qué va!, si tengo que enfrentar otra campaña de cantos de ballena y peras al horno, voy a terminar votando por Chávez”, dice.

José Pilar Torres torrepilar@hotmail.com

martes, 6 de febrero de 2007

Una caterva de forajidos quiere su mesa de diálogo

(Artículo originalmente publicado en Todosadentro el 03-02-07)

Todo el mundo dice que son chavistas, pero a mí el comportamiento de los buhoneros y los motorizados me resulta de lo más parecido al de la dirigencia de nuestra inefable oposición. Si quieren una prueba, piensen en una gente que comete toda clase de tropelías y desaguisados y cuando la autoridad intenta meterlos en cintura asumen poses de víctimas, claman por democracia, libertad y derechos humanos.

De los buhoneros y su particular visión de la garantía constitucional del trabajo, ya hemos tenido bastantes muestras en las primeras semanas del año. Más recientes son las incursiones reivindicativas de los motorizados, una caterva de forajidos –como muchos de los líderes opositores- que regularmente no reconocen los derechos de ningún conciudadano, ni la autoridad de ningún funcionario. ¿Cómo es que alguien con esas características osa quejarse de algún maltrato y reclamar respeto? No me jorobes.

En días pasados, un enjambre de motorizados manifestó su inconformidad con una medida que prohíbe la circulación de estos vehículos por las autopistas. La disposición aún no era oficial, pero –igual que los opositores- ellos protestan por anticipado. Invocaban el derecho a la libre circulación y su condición de honrados padres de familia para exigir “una mesa de diálogo”.

Esta última expresión –tan escuálida ella- me quedó dando vueltas en la cabeza. Recordé todas las veces que he visto a pandillas de estos bárbaros atacando con cobardía, alevosía y agavillamiento (en grupos de quince o veinte) a un solitario conductor –o peor aún, solitaria conductora- de automóvil, luego de algún estúpido incidente, la mayoría de las veces causado por ellos mismos, por sus abusos e imprudencias. ¿Es que en esos casos que ocurren a diario en las calles de Caracas, con impunidad total –otro rasgo que los asimila al opositor clásico- las hordas de malnacidos que así proceden dejan algún margen para el diálogo?

A mí que no me vengan ya con cuentos. Sé que son producto de años de caos, despelote, desorden y crisis. Sé que son hijos de la anomia social de los 40 años y tal. Aceptado, pero a cuenta de los traumas que estos seres han sufrido en sus duras vidas, toda la sociedad no tiene que verse obligada a tolerar indefinidamente conductas a todas luces delictivas, irrespeto a las normas de convivencia ciudadana y actos de barbarie que nunca reciben castigo, como si se tratase de golpistas preñados de buenas intenciones.

Es malo generalizar, pero –igual que ocurre con la dirigencia opositora- resulta inevitable juzgar al conjunto de este gremio por la conducta de la cáfila de facinerosos que cada día hacen de Caracas una ciudad más anárquica y bizarra. Los líderes de semejante manada de bestias deberían comenzar por exigirles a todos que aprendan a comportarse como “padres de familia y honrados trabajadores”. Cuando eso se logre –yo estimo que será hacia el 2021-, podremos montar la fulana mesa de diálogo.

José Pilar Torres torrepilar@hotmail.com