miércoles, 13 de diciembre de 2006

Vamos a reírnos del simiñoco

Artículo originalmente publicado en Todosadentro del 09-12-06

Ocultar la alegría es casi tan difícil como ocultar la tos. ¿Y para qué hacerlo?, me preguntarán algunos. Bueno, aguantar la tos puede ser cosa de vida o muerte, al menos para quien se ve envuelto en la clásica escena del amante a punto de ser sorprendido que se oculta bajo la cama para salvarse de la ira del marido cornudo.
¿Y lo de camuflar la alegría? Preguntémosle a cualquier revolucionario que se gane la vida trabajando en una empresa escuálida y nos dará todos los trucos para parecer triste y enfadado cuando uno está reventándose de la felicidad.
En los últimos días mucha gente ha tenido que aguantar las ganas y no precisamente las de toser. Y es que en este mundo al revés que hemos ido edificando, los ganadores deben hacer todos los esfuerzos posibles para parecer perdedores. Los amargados no pueden permitir que la alegría los haga deslucir.
La experiencia es más o menos así: durante la campaña electoral uno tiene que calarse las impertinencias de cierta gente que te amenaza con diversas modalidades de revancha; tipos que cantan en los estadios “y va a caer, este gobierno va a caer…”; sujetos que te mandan correos electrónicos explicándote cómo te van a pasar las facturas pendientes; individuos que parafrasean aquel deplorable “ustedes se van a tener que comer las alfombras” y así por el estilo.
Luego, cuando el presidente Chávez les gana -¡y de qué manera!-, tú no puedes ni siquiera esbozar una sonrisa porque ofendes la delicada dignidad de estos personajes, hieres sus sensibles espíritus democráticos.
Mi experiencia personal no es de las más traumáticas, pero ilustra. Mi trabajo es un nido de escuálidos. Los hay inteligentes, los hay descerebrados; los hay por convicción y los hay por conveniencia, pero en su gran mayoría son rabiosamente escuálidos. De más está decir que el lunes eran una patética procesión de viudas y huérfanos inconsolables, una pavosa caterva de plañideras que parecían recién salidas de una película de Libertad Lamarque.
Ese día, quien osara reír o, incluso, hablar en voz alta era visto feo y pasaba a ser la comidilla de las conversaciones histéricas. “Me vas a perdonar, pero andar por ahí pelando el diente después de lo que pasó, es una falta de consideración”, me dijo una compañera con un rictus en la nariz que me hizo recordar a la señora de Grado 33.
Yo digo que salirle a la gente con un titular como el de Los Papeles de Mandinga, “¡Recojan su gallo muerto!” es algo exagerado. Pero, ¡carrizo!, si hemos ganado en buena lid, por amplio margen y sin lugar a ninguna duda tenemos derecho a expresar nuestra euforia sin remordimientos.
Tenemos que liberarnos de las manipulaciones psicológicas que pretenden hacernos sentir mal porque triunfamos.
Así que, como dijo el filósofo Lavoe, “vamos a reír u poco, vamos a reírnos del simiñoco”, Y el que tenga tos, que tome jarabe de jengibre.
José Pilar Torres torrepilar@hotmail.com

lunes, 11 de diciembre de 2006

Una espinita

El resultado de las elecciones presi­denciales del 3 de diciembre es relevante y contundente Tiene la consistencia de una demostración mate­mática. Pues 26% de diferencia de votos a favor de Chávez por encima del se­gundo candidato, indica el peso signifi­cativo de la voluntad popular a favor del proceso.

Si alguien conservaba alguna duda, con este resultado debe haber quedado convencido: la mayoría del pueblo apoya el liderazgo de Chávez hacia la construc­ción del socialismo. No hubo ningún tipo de engaño o retórica de disimulo en los planteamientos del Presidente: a quien quisiera oír y entender le dijo con toda claridad que estamos construyendo el socialismo del siglo XXI. Nos adentra­mos, dijo, en una nueva Era.

Más de siete millones de votos, son muchos votos.

Sin embargo, sin embargo... si me lo permiten les diré que yo (que por su­puesto comparto la alegría bolivariana de ustedes) no quedé del todo satisfecho.

En alguna parte del alma me quedó una espinita. Lo digo en voz muy baja; casi susurrante, pero lo digo: fueron suficientes votos para ganar por apabullamiento, no hay duda, pero no fueron suficientes votos para dejar el alma satisfecha a plenitud y la conciencia tranquila.

Me pregunto (y repito que no quiero aguar la fiesta que está bien buena) hicimos todo lo que teníamos que hacer.

En Venezuela no hay cuatro millones de oligarcas, le dijo un día Fidel a Chá­vez y esa observación sigue siendo váli­da. Aquí no hay cuatro millones de privilegiados.

De acuerdo con eso, el apoyo al pro­ceso no debería corresponder sólo al 63% de los votantes. No, señor. De­bería casi corresponder a la totalidad de ellos. ¡Quién sabe! Al 80% o 90% de los votantes. Pues ¿acaso este proyecto de sociedad humanista, culta, igualitaria, solidaria y productiva, no un buen proyecto para toda persona que tenga un mínimo de sensibilidad o inteligen­cia y que no tenga oscuros intereses que defender?

Y además ¿acaso no hay una buena obra de gobierno con la cuál respaldar los propósitos?

Eso es lo que pienso, amigas y ami­gos. En fin: disfrutemos el triunfo, pero no nos confiemos.

La revolución es para todos. Y hay que hacer que la totalidad del pueblo lo comprenda. Para eso es la batalla de las ideas.

Farruco Sesto
Ministro de cultura
farrucosesto@gmail.com